En estos tiempos posmodernos, en donde el individualismo impera en nuestra vida diaria (primero yo, después yo y al final, yo), hemos olvidado que vivimos en una colectividad. Desde el momento de nuestro nacimiento, ingresamos a una sociedad establecida con códigos, prácticas, usos y costumbres estructurales en la que aprendemos a desenvolvernos iniciando con las enseñanzas de nuestros padres y maestros, pero que al ir creciendo vamos formando nuestro propio criterio y nuestra cosmovisión personal que no necesariamente es una reproducción de lo transmitido biológica y culturalmente, sino que lleva nuestra impronta y personalísimo punto de vista. Dicho esto, y aprovechando mis primeros pasos en el terreno de la bioética, preparé este texto para una tarea pero que me pareció significativo para compartirlo.
¿Por qué es importante la ética?
- El ser humano trasciende a la naturaleza.
Los animales salvajes viven del instinto: dependen de la naturaleza y de su fuerza para sobrevivir en un mundo donde la máxima es comer o ser comido. Gracias a la domesticación, los animales de compañía dependen del humano para su subsistencia. Este papel que nos toca jugar es resultado de miles de años de evolución en los que el primate desarrolló una capacidad para comunicarse a través de códigos lingüísticos y, por tanto, transmitir los conocimientos entre sus pares y su decendencia. Una vez que el ser humano comenzó a comprender a la naturaleza, se volvió parcialmente independiente de ella. Este fenómeno conlleva un efecto doble en la experiencia de vida en las personas: por una parte, el contar con el raciocinio hace posible realizar elecciones y tomar decisiones que de otra manera quedarían solamente al azar o al curso natural de las cosas, lo cual llamaremos libertad; por otra parte, la conciencia de que, sea cual sea la elección que se tome, ésta tendrá consecuencias en un sentido o en otro, nos lleva a considerar la responsabilidad como el otro lado de la moneda. La condición humana es, pues, un constante diálogo entre la libertad y la responsabilidad, de tal manera que requiere una guía para poder equilibrar ambos extremos, siendo la ética esta balanza.
2. El humano es un ser social.
No estamos solos en este mundo. Esta frase no se refiere a la posibilidad de que civilizaciones extraterrestres hayan entrado en contacto con nuestro planeta y sus miembros estén entre nosotros, sino a que, a excepción de algunos ermitaños, las personas estamos inmersos en una colectividad que interviene en nuestra cotidianidad. No es suficiente reflexionar sobre la opciones y las consecuencias que tendrán sobre mi persona la solución de un dilema: es importante reconocer que mis decisiones pueden tener efectos en los demás, así como las decisiones de los demás puede tener efecto en mí. Las consecuencias de dichos actos pueden ser buenas o malas para los otros, por lo que conducirse dentro de la máxima de las religiones monoteístas (no hacer al prójimo lo que no me gustaría que me hicieran a mí) puede ser facilitado por la ética, disciplina humanística relacionada con la sana convivencia y el respeto al bienestar del otro.
3. La colectividad arrastra; el individualismo, estanca.
Al reconocernos como miembros de una comunidad, de una colectividad, asumimos la misión de actuar en beneficio del grupo al que pertenecemos. A diferencia del punto anterior, no sólo se trata de pensar en un prójimo genérico a veces personalizado por uno u otro individuo; sino que, al considerar al grupo al que se pertenece como un ente dinámico destinado a la evolución y a la mejora, las acciones que se emprendan día a día serán en beneficio de la colectividad puesto que si existe beneficio para ellos, también lo habrá para uno. Siempre que no se busque deliberadamente dañar a nadie, o por lo menos se evite generar más consecuencias negativas de las estrictamente inevitables, buscar el bien común hará crecer espiritualmente al individuo. Es aquí donde la ética tiene su papel, orientando al sujeto para discernir entre una u otra acción que busque estos objetivos.
4. La humanidad evoluciona, y sus problemas también.
Desde Aristóteles hasta McIntyre, pasando por Spinoza, Kant y Bentham, la humanidad se ha visto beneficiada por la luz de grandes pensadores que, apoyados en los hombros de sus predecesores, ha permitido resolver dilemas éticos basados en la reflexión y aplicación de las doctrinas de éstos ilustres personajes. Sin embargo, los problemas a los que se enfrentaba un miembro de la élite griega de la cuarta centuria a.C. claramente pudieron diferir de los de un pequeño terrateniente escocés del siglo XVIII de nuestra era, o de los de un trabajador de la clase media de este nuevo milenio. Así como las necesidades básicas del ser humano se dan por sentadas en la mayor parte del mundo occidental, la desigualdad imperante en regiones históricamente desfavorecidas y los avances tecnológicos y la evolución cultural (dicho sea de paso, más veloz que la biológica), han planteado nuevos problemas y desafíos inéditos que hacen que la aplicación de la ética esté más viva que nunca. ¿Cómo, sin ella, podríamos abordar las consecuencias del cambio climático, o del internet de las cosas, o de la convivencia con las especies animales no humanas?
A manera de conclusión
La ética no es transitoria: es un instrumento para la supervivencia no sólo individual sino de la colectividad. Parafraseando a un buen amigo, empresario él, se trata de que te vaya bien a ti para que me vaya bien a mí. Y, por otra parte, siguiendo la filosofía Kantiana, los actos que realice deben hacerse tras una reflexión extendida al resto de la sociedad: si eso que voy a hacer o dejar de hacer lo hicieran todos los demás, ¿sería bueno? ¿sería malo? Si todas las personas tiraran la basura en la calle, evidentemente sería un desastre tanto estético como funcional. Por eso, nuestros actos deben ir pensados en ese sentido. Queda claro que no podemos cambiar al mundo por nosotros mismos, pero si puedo influir, aunque sea un poquito, en las personas de mi entorno inmediato, todavía existe una esperanza para la humanidad.