Los Años Maravillosos

Al iniciar a escribir este post, me siento como Daniel Stern en su papel de narrador de las desventuras de Kevin Arnold en los 60s-70s. Este programa fue el primero con el que me entusiasmé (claro, después de “Carrusel” y la inolvidable María Joaquina) y en la era preinternet, creo que era una proeza lograr ver una serie televisiva de principio a fin puntualmente por la noche en TV7 (como se llamaba en ese entonces). Y lo logré; desde entristecernos por la muerte de Brian Cooper hasta conocer el destino de Jack Arnold y la última frase del narrador, un adulto Kevin.

Se trató de una serie que tenía de todo: romance, comedia, drama, denuncia, terror… bueno, terror no. Pero casi de todo, pues; incluyendo excelente música desde el intro de Joe Cocker pasando por piezas de Hendrix, B.B. King, Beatles, Doors, Turtles…

Y ningún personaje era totalmente malo, todos alcanzaban la redención en un momento u otro, hasta el mismísimo Wayne Arnold, que creo que tuvo que esperar a que Kevin lo superara en tamaño para ponerse en paz. Quizá los productores de la serie no imaginaban que llegaría a ocurrir tal situación con los actores.

Todos los que vimos esta serie seguramente nos sentimos identificados con algún personaje, pero a la edad en la que me tocó a mi, tenía mucho de Kevin: era el menor de tres hermanos, entrando en la secundaria, con un hermano inmediatamente mayor que me atormentaba (o eso sentía en mi dramatismo juvenil), hasta una Winnie Cooper que llegó años después. Claro, no crecí tanto como Kevin como para poderme defender, pero la relación con mis hermanos fue la normal para todas las familias; quizá no lo veía así en ese entonces.

Ahora que se espera que se lance un boxset con la serie (la cual voy a adquirir, por supuesto), me hace recordar la genialidad en la construcción de los personajes. Viéndolo en retrospectiva, ahora que soy más “léido”, tiene mucho de Dickens esta obra: desde el amigo de Wayne que se enrola para ir a Viet-Nam (“un buen chico”, diría el Kevin adulto “que no sabía lo que le pasaría”), hasta la infeliz, rencorosa y vengativa Becky Slater, que volvería temporadas después para seguir haciéndole la vida imposible a Kevin. Y, por supuesto, el fantasmal Kevin Amold.

Los Años Maravillosos… muchos lo vimos, muchos lo disfrutamos, muchos nos sorprendimos con el increíble parecido físico entre el hijo de Danica McKellar y Fred Savage, y muchos los añoramos.

Y no, Marilyn Manson no es Paul Pfeiffer.

De estacionamientos públicos.

En mi primera entrada me referí al amargo trago que tuve que tomar cuando dejé mi automóvil en el estacionamiento de la Plaza Las Américas (Basílica de Zapopan). A pesar de que fue muy mala, no ha sido la peor experiencia que he tenido en un estacionamiento; la supera el encontrar la puerta del conductor abollada saliendo de un evento sin siquiera una nota de disculpa de parte del perpetrador.
Pero más que cualquier evento traumático y doloroso que se pueda vivir en un estacionamiento público, lo que más detesto es cuando se convierten en una extensión de la sociedad, con sus vicios y costumbres negativas. Y concretamente me referiré al estacionamiento de Plaza Andares. Acudo con cierta regularidad a ese lugar, por razones que no vienen al caso, y suelo resguardar mi vehículo en el subterráneo dedicado para eso. Más allá de lo absurdo que resulta que en un “mall” que suele ser visitado por personas de alto poder adquisitivo en un volumen mayor que en otros centros comerciales, las máquinas destinadas a cobrar el importe de estacionarse ahí no reciban billetes de $200.00 o $500.00, mucho menos de $1000.00… ¡por Dios, si hasta en el estacionamiento de Plaza Las Torres aceptan sin chistar billetes verdes! ¿Cómo es posible que no piensen en las damas que acuden a desayunos, comidas, cenas o de compras en estos lugares, acompañadas muchas veces de sus tiernas mascotas y hasta de la niñera que se hace cargo de cuidar a sus críos para que ellas puedan ponerse al día con sus amigas sin ser interrumpidas por incesantes llantos? un ejemplo muy claro: en días pasados una de estas señoras, afectada además por alguna lesión en su extremidad inferior derecha que la veía obligada a caminar con muletas, cargaba con las compras del día y no podía pagar el estacionamiento porque al parecer sólo le quedaban billetes con la efigie de Sor Juana. Pidió, sin éxito, ayuda por el intercomunicador montado en el cajero y finalmente fue rescatada por una buena samaritana que obsequió diez pesos para completar el importe en monedas de baja denominación. Fue una fortuna que estuviera formada esa caritativa dama: de esa manera pude escaparme de la obligación moral de auxiliarla de manera similar y pude emplear esos diez pesos en máquina expendedora de colmillos de plástico. ¡Ah!, y por si fuera poco, recientemente incrementaron el costo: con lo que antes se pagaban cinco horas de estacionamiento, ahora sólo se puede uno quedar cuatro horas. Pero claro, siempre está la posibilidad de dejárselo al valet de la superficie y contribuir a una congestión vehicular en ese microcosmos que no nos hace extrañar las obras de la línea 3, SIAPA, pasos a desnivel, etcétera, que tienen desquiciada la ciudad.
Otra cosa que apesta es el valemadrismo y prepotencia de algunos asiduos a este exclusivo lugar: circulan en sentido contrario, se estacionan bloqueando rampas, se acercan en sus costosísimos coches y camionetas a los cajeros para pagar el boleto sin importar la poca o mucha fila de autos que tengan atrás, andan a velocidades de 40 km/hora o más… por todos los cielos, en mi vida hubiese imaginado ver en ajustadores de seguros y patrulla de la policía de Guadalajara reunidos por un choque en un estacionamiento público. ¡Y no una, sino dos veces! (bueno, la primera vez no había patrulla, pero no deja de ser inusual).
Mención aparte merecen los días de alta afluencia, principalmente los fines de semana. De nada sirven los contadores electrónicos ubicados en las partes altas de los pasillos si nos dan falsas esperanzas señalando como vacío un lugar ocupado, condenándonos a dar vueltas y vueltas hasta tener la fortuna de coincidir en un pasillo con un usuario que se va marchando (eso si un cretino no se mete en sentido contrario para ganarlo). Pero qué se puede esperar, si los mismos vigilantes del estacionamiento dirigen a los conductores a estacionarse en los pasillos, en raya claramente amarilla, seguramente por indicación de los administradores del estacionamiento… todo sea para que la casa no pierda.
Para finalizar, quiero manifestar mi entusiasmo por los cambios recientes en el estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara. Tras años y años de ofrecer un pésimo servicio a un elevado costo, ahora tenemos la opción de sufrir únicamente el pésimo servicio: recientemente se ha instaurado la “promoción” de dejar el vehículo en el nivel más alto del parqueadero frente a la terminal 1 por un costo máximo de $119.00 al día. Por supuesto, queda a merced de las inclemencias del tiempo, pero que puede ser una alternativa atractiva a los múltiples locales ubicados en la carretera a Chapala (que son de un costo total menor, con la desventaja de la distancia) o usar los servicios de un taxi o Uber para llevarnos de o hacia el aeropuerto. Eso sí: los cajeros automáticos de ese lugar siguen siendo un asco.

El mundo onírico

Hay personas que dicen nunca soñar. La realidad es que todos lo hacemos, lo difícil es recordarlos. El subconsciente revela a veces aspectos de nuestra mente que desconocíamos, manifestados como una serie de situaciones absurdas e inverosímiles (posibles sólo en el plano onírico) pero dignas de ser representadas en el séptimo arte o por lo menos en un corto en Youtube. Quizá por eso me gustó tanto la película Inception.

El tema de los sueños lúcidos siempre me ha llamado la atención. Lamentablemente, cuando he tenido la oportunidad de experimentarlo y disponerme a disfrutarlo, la realidad me arranca de esa felicidad como diciéndome: “‘orita no; ‘perate”.

Fuera de este aspecto, he tenido la fortuna de recordar una inmensa cantidad de sueños locos que jamás hubiese imaginado estando consciente. Incluso me di a la tarea de recopilarlos en una “Antología de Sueños Tontos” en mi época de secundaria, que generó unos minutos de entretenimiento a los abnegados compañeros que aceptaron leerlos y mucho sufrimiento a la impresora de matriz de puntos con la que contábamos en casa por esas fechas. Desde acompañar a un exgeneral comunista a recorrer las ruinas de una destruida ciudad soviética hasta hacerme amigo de Daniel Craig (era muy enfadoso el cab…), desde haber sido confundido por la princesa Diana con uno de sus hijos hasta combatir un fantasma ruso que tenía que ser eliminado tres veces, desde sentir el impacto de una onda expansiva durante una explosión en la escuela hasta visitar Roma en un aparente cónclave por que quién-sabe-cómo era yo el cardenal de Guadalajara, esos remedos de viajes astrales me han dejado un buen sabor de boca al convencerme de que, muy en el fondo, soy algo creativo. Quizá si siempre pudiéramos  interpretar de manera positiva nuestros sueños, el mundo tendría más Giordano Brunos o “Doc” Browns para el bienestar de la humanidad.

Aprovecho para dejar la siguiente amenaza: cuando despierte de un sueño que me parezca lo suficientemente entretenido para plasmarlo por escrito, a algún incauto lector que navegue por aquí le tocará toparse con él. Sobre advertencia no hay engaño.

 

¡Faltan sólo 244 días para Navidad!

Comprando mi primer auto

Corría el mes de octubre de 2014, el último viernes del horario de verano . Después de mucho tiempo de estacionar mi automóvil en la misma calle para ir a trabajar, simplemente ya no estaba cuando salí. Comprendí que lo habían robado.

Tras la denuncia obligada y pasado un mes de plazo en el que no se recuperó, recibí una justa remuneración por la aseguradora (recomiendo conservar siempre copia de los servicios para comprobar el estado del vehículo, si éste tiene un desgaste menor al esperado) y me di a la agradable tarea de buscar un reemplazo.

La decisión de adquirir un Honda City no fue nada difícil. Gracias a una promoción lo obtuve a un precio un tanto menor al de lista, así que después de hacer el pago inicial y firmar unos cuantos papeles, salí muy contento con mi auto.

Eso sí: solicité que la aseguradora que resguardara mi auto fuese una distinta a la que sugiere la institución de crédito, siendo Zurich la afortunada; esta decisión fue motivada por buenas referencias de buenos amigos y, aunque costosa, me pareció que valió la pena.

Pero… dos meses después de disfrutar de mi nuevo auto, llegué a tomar un bocadillo y una bebida en un sitio ubicado por Av. Libertad en la hermosa Guadalajara. Como encontrar lugar para estacionarse es un calvario en esa zona, decidí dejar el vehículo a una cuadra y media del local, sobre la calle Venezuela. Grave error.

Encontré mi carro sin espejos laterales. Después de llorar y patalear por haber sufrido un segundo robo en el transcurso de cinco meses, llamé la mañana siguiente a la aseguradora para reportar el siniestro y, tímidamente, preguntar si mi póliza lo cubría. Ofrecieron enviar un ajustador que me asesoraría en ese aspecto, acepté y me dispuse a esperarlo.

Cual caballero andante, llegó en su motocicleta el individuo en cuestión. Muy rápido, para mi sorpresa. Una vez corroborado el siniestro, tuvo que llamar a otra persona para que me definiera si podría cubrir el costo de los espejos con la póliza con la que contaba. La respuesta fue negativa, pero el amable sujeto me sugirió solicitar la ampliación de cobertura en la agencia donde compre mi vehículo, señalándome que por un módico deducible de menos de 500 pesos podría recuperar mis espejos.

Al acudir días después a preguntar sobre esta ampliación, la protocolaria encargada de atención sobre aseguradoras en la agencia me indicó que es imposible ampliar la cobertura a robo de autopartes; en sus palabras “ninguna aseguradora lo incluye”. Por supuesto, yo contraataqué diciendo que el personal de la compañía en cuestión me sugirió hacerlo. De no muy buena gana ofreció investigar e informarme después.

Cuando recibí su llamada unos días después, me confirmó que incrementado en alrededor de 300 pesos el costo del seguro podría gozar de esta extensión en la cobertura. Ya para entonces había reemplazado los espejos, con protectores y birlos de seguridad para las llantas, porque ni mi todapoderosa Zurich cubría robo de llantas.

En conclusión, aprendí tres cosas:

1. Al comprar un auto nuevo, no quedarse con la aseguradora que ofrece la agencia. Valorar opciones y escoger la que más le convenga al usuario.

2. Siempre, SIEMPRE, solicitar la extensión de cobertura a robo de autopartes. Esa es una buena manera de evitar fomentar este delito al reemplazarlas por piezas originales sin un costo oneroso.

3. No importa cómo se vea el silicón entre el espejo y la protección, siempre y cuando tenga uno un poco más de tranquilidad.

Primera entrada

En días pasados tuve la oportunidad de corroborar que el hecho de ser una buena persona no garantiza que la vida te trate bien. Salí a cenar a cierto restaurante ubicado cerca de la Basílica de Zapopan. Al recibir la cuenta, noté que no me cobraron las bebidas, sólo los alimentos. Le señalé el error al mesero, quien lo corrigió y, a manera de agradecimiento (supongo), me cobraron dos bebidas en lugar de las tres que habíamos consumido. Tardaron unos minutos en todo esto y, a pesar de estar al tanto de que el estacionamiento bajo la Plaza de las Américas cierra a las 23:00 hrs. de domingo a jueves, confiaba en poder sacar mi vehículo.

Pues llegué a las 23:05 a la puerta del estacionamiento y vi que estaban apenas cerrando el acceso. La vigilante me informó que ya no era posible salir del estacionamiento y que debía volver por mi auto al día siguiente. Supliqué, pregunté si había alguien más que pudiera permitirme entrar, sin éxito. La respuesta fue tajante: “a las once en punto se cierra y no se vuelve a abrir sino hasta las siete de la mañana”.

Esa noche regresé a casa en taxi.