Relatito

Lunes

Locutor

¡Y aquí estamos arrrrancando la semana con esta edición noticiosa matutina! ¡Gracias a todos los amigos que nos escuchan en esta, su estación favorita, 89.7 de FM, donde tenemos de todo: música, noticias, informe vial, pero sobre todo mucha, mucha solidaridad! Y es en este último tema en el que nos hemos destacado como miembros de esta comunidad, lo que nos caracteriza es echarle siempre la mano al necesitado, al que requiera ayuda. Por eso invitamos a nuestros queridos radioescuchas a que nos ayuden, si saben algo de este caso que nos tiene a todos preocupados, desconcertados. Y es que este fin de semana, desgraciadamente desaparecieron dos niñas más, dos pequeñas más arrebatadas de sus hogares; con ellas suman seis ya, las pequeñitas que están desaparecidas. No se ha pedido rescate, nadie se ha comunicado con los padres y, aunque la policía señala que ya ha iniciado una investigación, no se han tenido noticias de na-da. Por eso, amigas, amigos, si saben de algo que pueda ayudar para averiguar el paradero de estas niñas, comuníquense a los números de emergencia. Se lo agradeceremos de todo corazón. Y como todos los lunes, comenzamos con nuestro reporte del tráfico. Nuestros reporteros acaban de salir pero tenemos el primer mensaje de nuestro rrrreportero honorario, Roger, quien nos mandó el siguiente audio:

Roger

¡Muy buenos días Paco, muy, muy buenos días a ti y a tu auditorio! Te informo que por el rumbo de la avenida Insurgentes se encuentra mucha carga vehicular debido a un accidente en el cruce con la calle Valadez. Parece ser que un taxi chocó contra una camioneta. Apenas van llegando los seguros, pero van a estar ahí un buen rato. Aprovecho para desearles un excelente inicio de semana a ti y a todos tus radioescuchas, esta gran familia: no tengo la dicha de ser esposo o padre, pero escucharte todos los días y saber cómo somos muchos los que lo hacemos, me hace sentir parte de esta gran familia. ¡Gracias y saludos a todos!

Locutor

¡Muchas gracias, muchas, muchas gracias, Roger, por tu siempre oportuno mensaje! Y es que para los amigos que son nuevos sintonizándonos, Roger es un ciudadano de a pie, que se traslada tooodos los días en esta gran ciudad, y siempre nos ayuda con sus reportes para facilitarnos la movilidad por las calles. Y, por supuesto, es un miembro más de esta enorme, enorme familia. ¡Gracias, nuevamente, y vámonos a la información!

 

Martes

Locutor

¡Buenos días a todos los habitantes de esta gran ciudad! Comenzamos el día con más malas noticias: otra pequeñita ha desaparecido. Ya cuentan siete niñas que han sido aparentemente secuestradas, pero sin llamadas telefónicas de rescate, sin pistas de su paradero. Y la policía… no ha encontrado ab-so-lu-ta-men-te nada. Por eso nuevamente les solicitamos a toda la audiencia, amigos, amigas, si observan movimientos extraños, personas sospechosas trasladando niñas pequeñas, por favor, POR FA-VOR, comuníquense a los números de emergencia. Sin más preámbulo, comencemos con la información nacional.

Miércoles

Locutor

¡Buenos días, muy, muy buenos días a toda la gente de esta hermosa ciudad! Arrancamos la información con novedades sobre este caso que nos tiene tan consternados, el de las niñas desaparecidas. Y es que otras dos pequeñas han sido sustraídas de sus casas, dos hermanitas de 6 y 8 años, parecieron haberse esfumado de su habitación. Con ellas suman nueve, nueve pequeñitas de las que no se sabe nada hasta ahora, sin solicitudes de rescate, sin ninguna pista. Y es que llama la atención que todas las nenas desaparecidas tienen rasgos físicos en común: tez blanca, cabello negro, de entre 6 y 9 años de edad. Sin embargo, las autoridades no han reportado avances; sólo dicen que siguen trabajando. En fin, esperamos tener noticias pronto. Y tenemos nuevamente a nuestro reportero honorario, el buen Roger, que nos hizo llegar este audio:

Roger

Buenos días, Paco. Aquí, Rogelio Barreda, Roger, pa’ los compas, reportando: mucho tráfico por la calzada de la Guadalupana, y es que parece que hay un tráiler averiado en el carril derecho y por las obras que se llevan a cabo en el cruce con Mezquites, se forma un cuello de botella. Paciencia, mucha paciencia, que tarda mucho un topo haciendo un hoyo, pero al final sale de la tierra. Y sobre las pequeñitas desaparecidas, qué lástima que las autoridades no hagan su chamba. Y no es algo nuevo, recuerdo cuando era niño, una chiquilla de unos 10 años que vivía por mi barrio desapareció igual. Éramos vecinos, me acuerdo que era de pelo negro, muy blanquita ella, muy agradable, jugábamos juntos todo el tiempo. Pero sus papás creo que le pegaban mucho y un día, pues ya no salió. Sus papás estuvieron preguntando, se veía que todo el tiempo estaban despiertos, pero ella nunca apareció. En fin, ojalá tenga un final feliz esta historia y los mejores deseos para los papás de estas criaturitas. ¡Vámonos a chambear, saludos!

Locutor

¡Gracias, muchas gracias, Roger, por compartirnos esas palabras! Y es que desgraciadamente no se trata de algo nuevo, pero sí llama mucho la atención que ahora sean tantos casos, tan seguidos y con las mismas características. En fin, esperemos tener noticias favorables y agradecemos nuevamente a Roger, que siempre se da su tiempo para reportarnos los incidentes de tráfico con los que se encuentra rumbo a los servicios que atiende. Y recuerde: si se le queda la llave dentro de casa, si no puede abrir su auto, ¡escríbanos a nuestro WhatsApp!, y con todo gusto le pasamos el número de la cerrajería de nuestro amigo Roger, quien puede atender emergencias las 24 horas del día. Y sin más preámbulo, comencemos con la información nacional.

Jueves

Locutor

¡Buenos días, amigas y amigos que siguen la sintonía del 87.9 de FM! Hoy estamos con novedades respecto al caso de las niñas. Y es que ha circulado un video que se hizo llegar a las autoridades, aparentemente desde una cuenta recién creada de Twitter, de un tal “Liberador”, donde se muestra a nueve niñas, que podrían ser, ojo, podrían ser, las pequeñitas desaparecidas en estos últimos días, con aparente buen estado de salud, limpias y alimentadas, pero un servidor nota tristeza en sus ojos. Con toda razón, pues están separadas de sus familias, pero nos da un respiro ENORME saber que están vivas y aparentemente sanas. Se han difundido las imágenes y los videos en los diferentes canales informativos de las autoridades, esperando que alguien, alguien reconozca algún elemento del video que pueda ser útil para encontrar al o los culpables. Si usted puede aportar algún dato que crea que pueda ayudar, por favor hágalo. Créame: cualquier información puede ser vital. Pasemos ahora al reporte de noticias nacionales.

Viernes

Locutor

Amigos, amigas: disculpen ustedes que inicie la transmisión de esta manera, pero necesitamos urgentemente de su colaboración. A esta redacción ha llegado la siguiente información: una de las niñas desaparecidas ha sido abandonada a las puertas de esta estación sana y salva, repito, SANA Y SALVA, afortunadamente. Y es que nuestro compañero vigilante nos reporta que escuchó ruidos provenientes de la recepción alrededor de las 4:30 de la mañana, y se encontró con la enorme sorpresa de ver a una pequeñita envuelta en cobijas profundamente dormida, pero sin ningún rastro de quién pudo haberla dejado ahí ni de cómo pudo haber entrado. Por supuesto, se informó de inmediato a las autoridades, quienes resguardaron a la nena; al parecer le administraron somníferos, pero ya está en el hospital para su atención y la reportan fuera de peligro. Sin embargo, entre las cobijas de la niña se encontró un nota que, si bien fue recolectada como evidencia, no puedo dejar de leer al aire lo que en ella venía. Hela aquí:

“No se preocupen por las niñas. Ellas están bien. Comen tres veces al día, no les falta abrigo ni techo. Creo que están algo aburridas y eso me pone triste porque yo quería que estuvieran felices, que fuera divertido para ellas y olvidaran un poco sus malos hogares. Quise devolver primero a esta niña, porque es la más dormilona y la que más fácil pude cargar, pero quiero que sepan todos los que escuchan que pronto les diré dónde encontrar al resto. Las encontrarán sanas y salvas, pero tengan paciencia: tarda mucho tiempo un topo haciendo un hoyo, pero al final sale de la tierra…”

 

¿Por qué es importante la ética actualmente?

En estos tiempos posmodernos, en donde el individualismo impera en nuestra vida diaria (primero yo, después yo y al final, yo), hemos olvidado que vivimos en una colectividad. Desde el momento de nuestro nacimiento, ingresamos a una sociedad establecida con códigos, prácticas, usos y costumbres estructurales en la que aprendemos a desenvolvernos iniciando con las enseñanzas de nuestros padres y maestros, pero que al ir creciendo vamos formando nuestro propio criterio y nuestra cosmovisión personal que no necesariamente es una reproducción de lo transmitido biológica y culturalmente, sino que lleva nuestra impronta y personalísimo punto de vista. Dicho esto, y aprovechando mis primeros pasos en el terreno de la bioética, preparé este texto para una tarea pero que me pareció significativo para compartirlo.

 ¿Por qué es importante la ética?

  1. El ser humano trasciende a la naturaleza.

Los animales salvajes viven del instinto: dependen de la naturaleza y de su fuerza para sobrevivir en un mundo donde la máxima es comer o ser comido. Gracias a la domesticación, los animales de compañía dependen del humano para su subsistencia. Este papel que nos toca jugar es resultado de miles de años de evolución en los que el primate desarrolló una capacidad para comunicarse a través de códigos lingüísticos y, por tanto, transmitir los conocimientos entre sus pares y su decendencia. Una vez que el ser humano comenzó a comprender a la naturaleza, se volvió parcialmente independiente de ella. Este fenómeno conlleva un efecto doble en la experiencia de vida en las personas: por una parte, el contar con el raciocinio hace posible realizar elecciones y tomar decisiones que de otra manera quedarían solamente al azar o al curso natural de las cosas, lo cual llamaremos libertad; por otra parte, la conciencia de que, sea cual sea la elección que se tome, ésta tendrá consecuencias en un sentido o en otro, nos lleva a considerar la responsabilidad como el otro lado de la moneda. La condición humana es, pues, un constante diálogo entre la libertad y la responsabilidad, de tal manera que requiere una guía para poder equilibrar ambos extremos, siendo la ética esta balanza.

2. El humano es un ser social.

No estamos solos en este mundo. Esta frase no se refiere a la posibilidad de que civilizaciones extraterrestres hayan entrado en contacto con nuestro planeta y sus miembros estén entre nosotros, sino a que, a excepción de algunos ermitaños, las personas estamos inmersos en una colectividad que interviene en nuestra cotidianidad. No es suficiente reflexionar sobre la opciones y las consecuencias que tendrán sobre mi persona la solución de un dilema: es importante reconocer que mis decisiones pueden tener efectos en los demás, así como las decisiones de los demás puede tener efecto en mí. Las consecuencias de dichos actos pueden ser buenas o malas para los otros, por lo que conducirse dentro de la máxima de las religiones monoteístas (no hacer al prójimo lo que no me gustaría que me hicieran a mí) puede ser facilitado por la ética, disciplina humanística relacionada con la sana convivencia y el respeto al bienestar del otro.

3. La colectividad arrastra; el individualismo, estanca.

Al reconocernos como miembros de una comunidad, de una colectividad, asumimos la misión de actuar en beneficio del grupo al que pertenecemos. A diferencia del punto anterior, no sólo se trata de pensar en un prójimo genérico a veces personalizado por uno u otro individuo; sino que, al considerar al grupo al que se pertenece como un ente dinámico destinado a la evolución y a la mejora, las acciones que se emprendan día a día serán en beneficio de la colectividad puesto que si existe beneficio para ellos, también lo habrá para uno. Siempre que no se busque deliberadamente dañar a nadie, o por lo menos se evite generar más consecuencias negativas de las estrictamente inevitables, buscar el bien común hará crecer espiritualmente al individuo. Es aquí donde la ética tiene su papel, orientando al sujeto para discernir entre una u otra acción que busque estos objetivos.

4. La humanidad evoluciona, y sus problemas también.

Desde Aristóteles hasta McIntyre, pasando por Spinoza, Kant y Bentham, la humanidad se ha visto beneficiada por la luz de grandes pensadores que, apoyados en los hombros de sus predecesores, ha permitido resolver dilemas éticos basados en la reflexión y aplicación de las doctrinas de éstos ilustres personajes. Sin embargo, los problemas a los que se enfrentaba un miembro de la élite griega de la cuarta centuria a.C. claramente pudieron diferir de los de un pequeño terrateniente escocés del siglo XVIII de nuestra era, o de los de un trabajador de la clase media de este nuevo milenio. Así como las necesidades básicas del ser humano se dan por sentadas en la mayor parte del mundo occidental, la desigualdad imperante en regiones históricamente desfavorecidas y los avances tecnológicos y la evolución cultural (dicho sea de paso, más veloz que la biológica), han planteado nuevos problemas y desafíos inéditos que hacen que la aplicación de la ética esté más viva que nunca. ¿Cómo, sin ella, podríamos abordar las consecuencias del cambio climático, o del internet de las cosas, o de la convivencia con las especies animales no humanas?

A manera de conclusión

La ética no es transitoria: es un instrumento para la supervivencia no sólo individual sino de la colectividad. Parafraseando a un buen amigo, empresario él, se trata de que te vaya bien a ti para que me vaya bien a mí. Y, por otra parte, siguiendo la filosofía Kantiana, los actos que realice deben hacerse tras una reflexión extendida al resto de la sociedad: si eso que voy a hacer o dejar de hacer lo hicieran todos los demás, ¿sería bueno? ¿sería malo? Si todas las personas tiraran la basura en la calle, evidentemente sería un desastre tanto estético como funcional. Por eso, nuestros actos deben ir pensados en ese sentido. Queda claro que no podemos cambiar al mundo por nosotros mismos, pero si puedo influir, aunque sea un poquito, en las personas de mi entorno inmediato, todavía existe una esperanza para la humanidad.

“Las Alegrías de una Madre”, Leprechaunismo y niños cambiados

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“Las Alegrías de una Madre”

Desde que tengo uso de razón, me llamaba mucho la atención la litografía aquí presentada. Mi mamá cuenta que la solicitó, por catálogo, a un notario del lugar donde trabajaba en uno de los viajes de éste a Europa. Le gustó por el título (“Las Alegrías de una Madre”) y lo que representa: a pesar de la evidente pobreza en la que viven, la mujer sonríe por tener a sus hijos con ella quienes, ajenos a la miseria, se entretienen jugando. Destaca en esta pintura la figura del pequeño que está de pie, pues tiene una disarmonía corporal y una facies peculiar. Estudiando yo Medicina, en una de esas pláticas, me contó que a un tío que era un eminente pediatra, casado con una hermana de mi papá, le disgustaba esa pintura porque la personita ahí plasmada tenía una enfermedad y era deprimente para él verlo.

"Las Alegrías de una Madre". Detalle.
“Las Alegrías de una Madre”. Detalle.

-Pero no recuerdo el nombre de la enfermedad…, dijo ella.

-¿Síndrome de Donohue?-, sugerí yo, muy seguro de mis conocimientos adquiridos en clase de Genética (que más bien era “Fenética”).

-¡Exactamente!, dijo mi mamá, chasqueando los dedos.

El síndrome de Donohue, también llamado Leprechaunismo, es una forma severa de resistencia a la insulina causada por mutación en el gen del receptor de insulina y está caracterizada por retraso en el crecimiento intrauterino, hiperinsulinismo, dismorfia (ojos prominentes, narinas evertidas, implantación baja de orejas) y escasa grasa corporal. La mayoría de estos niños mueren in útero, pero algunos pocos sobreviven hasta la adolescencia, inclusive. Obviamente, el nombre de la enfermedad viene de esos duendecillos que protegen las ollas de oro al final del arco-iris en el folklore irlandés, pues su rostro asemeja al de estos personajes (“facies de duende”, decía en el manual de Genética de Alfredo Corona que usábamos en el CUCS).

Fue hasta tiempo después que relacioné esos datos con algo que había leído en mi infancia, en las revistas de “Aunque Usted No lo Crea”, que editaron un tiempo en México. En ese artículo hablaba del changeling (“niño cambiado”): éste consiste en la creencia de que seres sobrenaturales (hadas, demonios y, por supuesto, duendes) que secuestran a los niños recién nacidos de sus hogares para distintos fines y en su lugar dejan en su cuna un monstruo (o, por supuesto, duende) que es descubierto con horror por los padres o parientes y que sufren trágicos desenlaces al ser muertos o abandonados. Al parecer, en donde los duendes hacen de las suyas es en el área fronteriza anglo-escocesa, según Wikipedia.

Leprechaunismo
Leprechaunismo

Entonces, puede ser que algunos de esos “niños cambiados” eran en realidad portadores del síndrome de Donohue, en un tiempo donde era común dar explicaciones sobrenaturales a fenómenos incomprensibles, en este caso una enfermedad extremadamente rara inmortalizada (probablemente de forma involuntaria) en una pintura reproducida en una litografía que aún conserva mi mamá y que dio el pretexto para estas líneas buscando entretener a quien lo lea.

Feliz domingo.

Al otro lado del abismo

Es todo tan aburrido aquí…

Es decir, no está mal. No por nada le dicen “Paraíso”: hermosas vistas, sensaciones agradables todo el tiempo, nada de hambre, frío, sueño… no hay preocupación de satisfacer necesidades básicas porque no las hay, todo está cubierto.

Pero la compañía… se extraña la compañía. Sí, están los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, todos los ancestros. Pero ellos están en su rollo, en sus asuntos. Ya están acostumbrados y seguramente no están muy interesados en relacionarse con el recién llegado como tampoco él lo está en interactuar con ellos.

Cuando uno se hace a la idea de que está muerto, se hace más sencillo estar aquí. Ya no hay falsas esperanzas de que se trate de un mal sueño del que habrá que despertar algún día, finalmente aceptas que aquella vez te dormiste para siempre. Y ahora estás aquí, sin dolor, sin frío, sin hambre, sin la incertidumbre de saber si te rescatarían a tiempo y poder regresar a lo tuyo, a lo que tenías antes de firmar en el espacio debajo de donde decía “por último, eximo a MÉXICO-HIMALAYA TRAVEL ADVENTURE de cualquier responsabilidad relacionada con, pero no limitado a, accidentes durante el ascenso o descenso, tormentas de nieve, aludes y avalanchas, declarando que poseo el entrenamiento y experiencia suficiente en la práctica del alpinismo para llevar a cabo esta expedición de manera totalmente libre y voluntaria.”

Eso te pasa por jugarle al riquillo aventurero, te dices. Pero esa carta responsiva dice la verdad: nadie te obligó intentar librar esa enorme grieta sin haber asegurado la estabilidad de la escalera. Finalmente cruzaste ese abismo, aunque sea en sentido figurado, y por lo menos le evitaste a tu familia engorrosos trámites cuando marcaste con una x la casilla de “ante la eventualidad de perecer en la expedición a una altitud mayor de 5,000 metros, prefiero que mis restos queden en la montaña”. Crudo, pero práctico. Y más barato, obviamente.

Decía entonces que de este lado del abismo no debes preocuparte de nada más que de tremendo aburrimiento. No hay forma de saber hace cuánto estás aquí (recordemos que la medición es un constructo humano), pero por lo que has podido deducir con tus observaciones, el tiempo aquí pasa como los años-perros en comparación con los años-hombre, o los minutos oníricos comparado con los minutos en vigilia. ¿Qué tan lento? Quién sabe… pero no puedes esperar a que sea el siguiente dos de noviembre para visitar a los vivos. Parece que, de todos los mitos sobre lo que hay más allá de la muerte, por lo menos lo relacionado a la tradición mexicana del Día de los Fieles Difuntos sí parece ser cierto. Y anhelas comprobarlo. Quisieras encontrarte de nuevo con ellos, verlos aunque no te vean, comer y beber las suculencias que dejarán en el altar dedicado a tu memoria, pero sabes que falta mucho para eso.

Mientras tanto, a seguir aburriéndose. No queda de otra. Seguir viendo el mundo girar, observar desde lejos el devenir de los tiempos. Nadie te contó que sería así, tú ni siquiera lo imaginabas. Y es entretenido a veces, pero se vuelve monótono no poder dirigir tu atención a lugares específicos del mundo terrenal, y estás condenado a esta misma situación hasta que algo rompa la rutina. Pero eso no parece que vaya a ocurrir pronto, a menos de que…

De pronto, comienza a manifestarse frente a ti. Primero como una distorsión en tu campo visual, después va tomando forma humana. Luego comienzas a distinguir más: cabello oscuro, largo; tez clara, como ella; la estatura de… ella…

Cuando su rostro termina de aclararse, te das cuenta: es ella. Pero, ¿qué está haciendo aquí? Tú tienes claro dónde están, pero ¿ella? Lo ves en sus ojos: no tiene ni idea. Estás seguro de que se siente como tú cuando recién llegaste: asustada, perpleja, incrédula, como en un sueño. Pero al igual que lo que pasó contigo, en un instante lo adivina. No lo acepta de inmediato, pero lo sabe.

Entonces, su mirada se fija en la tuya. Te reconoce. Sus pupilas se dilatan, no tenías idea de que la fisiología funcionara igual, abre su boca, emite un suspiro. Extiende sus brazos, tú lo haces también, sus manos se entrelazan. Acerca su rostro al tuyo, sus labios se mueven: “¿En serio eres tú? ¡Te he extrañado mucho! ¿Qué pasó?”, dice.

No sabes qué responder. Te alegra mucho verla, pero sabes lo que significa que ella esté ahí. Y temes lo que pueda pasar cuando sepa lo que está ocurriendo. Sabes que hay quienes no lo soportan, se vuelven una especie de zombies, si es que es posible tal cosa en este lado del abismo. Almas en pena, dirían otros. Lo que es un hecho es que se desconectan de uno y otro plano, para siempre. “¡No te preocupes! ¡Todo está bien, vas a estar bien! ¡Estás conmigo!”. Al terminar esa frase, te das cuenta de que no lo dijiste por ella: esas palabras te dieron tranquilidad a ti.

Ella te mira una vez más, con esos ojos almendrados que adorabas. Ves el desconcierto en su mirada, sus labios entreabiertos que dejan ver esos incisivos de conejo que tanta gracia te hacían. Te abraza y te vuelve a mirar. Su boca se abre, parece que dirá algo. Pero entonces, su rostro comienza a difuminarse. Sus brazos ya no te rodean, su figura se torna en un destello y así se va tal como llegó: lenta e inesperadamente.

-Te nos fuiste, Rebeca-, dijo el anestesiólogo con voz trémula. -¿Segura de que no te conocías alérgica a ningún medicamento?

Ella no respondió. Sólo recorrió con su mirada lo que había alrededor. El cirujano estaba rígido, con sus manos en el pecho. El ayudante, también. No alcanzó a ver a la instrumentista. “Puede usted continuar, doctor. Ya está todo bien”, dijo el émulo de Morfeo. De modo que, ¿así se siente el morir? Rebeca comprendió entonces lo que quieren decir en los funerales con aquello de que “los que se quedan son los que sufren”; morirse es como quedarse dormido; no duele, ni nada. No parece tan malo.

Y sin embargo, no es sino hasta mucho después cuando te das cuenta de que lo feo no es dejar el mundo terrenal, no es dejar tus planes truncos, no es dejar tus proyectos inconclusos. No, es entender que la soledad no es exclusiva de los vivos. Es saber que lo único que puedes hacer es esperar a que algo nuevo llegue, pero sin tener claro qué, ni cuándo. Pero ahora  sabes que puedes sentir emoción otra vez, aunque sea por breves instantes. Quizás quieras compartirlo con los que siguen allá, si pudieras de alguna manera comunicarte con ellos. Y quizás entonces podrán entender que no todo termina con la muerte: que hay mucho más… al otro lado del abismo.

Crisis pensionaria: un intento de propuesta

Cuando comenzó el rumor de que el actual gobierno federal propondría incrementar la edad mínima de retiro al parecer a propuesta de Carlos Slim, una académica con doctorado en ciencias sociales a quien admiro muchísimo me dijo: “sé que mi opinión no va a ser muy popular, pero yo estoy de acuerdo en eso; algunos se jubilan muy jóvenes…” y aún son muy productivos. No pude evitar estar de acuerdo con ella en ese aspecto, pero mi revire fue: “sí, pero si hablas de un obrero, de un burócrata del último eslabón de la cadena alimenticia, un repartidor de garrafones, un despachador de gasolina… lo último que quiere es trabajar un día más de lo que le toca”. Logré que coincidiera.

Y es que si se disfrutara del trabajo (como ella lo hace), claramente la gente continuaría haciéndolo hasta que ya no pudiera hacerlo. O si de eso dependiera su sustento (campesinos, labriegos). O si dejar de hacerlo significara abandonar influencias, acceso a información privilegiada, negocios al margen del poder (ciertos directores de la CFE, líderes charros, empresarios septuagenarios y octogenarios, etcétera). Pero para los más comunes de los mortales, los “godínez”, los empleados, el peladaje, la opción que se nos vendió y compramos redondito fue trabajar para uno o varios patrones durante muchos años y después retirarnos para poder “disfrutar del fruto de nuestro trabajo” (cuántas veces he escuchado esa redundante frase); sin embargo, jamás nos dijeron que podría haber problemas para sostener los sistemas de pensiones.

Se me ocurrió escribir esta entrada en un vuelo de regreso de la CDMX; tras haber visto el documental “los multimillonarios” de la serie “En pocas palabras” de Netflix (altamente recomendable) y un artículo en la revista Magis del ITESO (Pensiones: la crisis que se avecina, año LV, número 473, enero-febrero 2020, pp. 38-47, disponible en https://magis.iteso.mx/content/reformar-las-pensiones-antes-de-que-estalle-la-crisis), me animé a plasmar por escrito esa inquietud que he tenido sobre la bomba que se aproxima y las potenciales soluciones.

Antes de continuar, advierto que no sé nada sobre economía por lo que ofrezco una disculpa si escribí disparates; traté de ser lo más objetivo posible basándome principalmente en las dos referencias arriba señaladas.

En el artículo de la revista se menciona que el problema actual de la crisis de pensiones comenzó en el sexenio de Luis Echeverría, con la política de control poblacional  (“la familia pequeña vive mejor”). Personalmente, no creo que esto fuera malo; por el contrario, quizás se quedaron cortos en su alcance. El hecho es que al haber menos población económicamente activa, existen menos aportaciones para mantener a los desocupados (jubilados y pensionados) que, dicho sea de paso, viven cada vez más años, con cada vez más padecimientos crónico-degenerativos y con mayores necesidades que satisfacer.

"La familia pequeña vive mejor". Campaña de finales de los 60s del Consejo Nacional de Población.
“La familia pequeña vive mejor”. Campaña de finales de los 60s del Consejo Nacional de Población.

Entre paréntesis, y hablando de algo de lo que sí sé, conforme se va sabiendo más de las enfermedades se hace más complejo ofrecerle el mejor tratamiento a cada paciente; en el caso en particular de la diabetes mellitus, lograr las metas de control glucémico, lipídico, de presión arterial, de protección renal y cardiovascular, muchas veces requiere el uso de por lo menos tres fármacos (algunos de ellos protegidos aun por la patente, por lo tanto sin genéricos disponibles) más un estilo de vida saludable. Todo eso cuesta dinero, que debe ser pagado por el paciente, la seguridad social , el seguro privado de gastos médicos, en fin: sea quien sea, alguien paga por ello; y claro:  para no ser tachado de incompetente o exponerse a una sanción, hay que hacer lo que dictan las guías nacionales e internacionales para brindar la mejor atención de acuerdo a una práctica médica de calidad.

Volviendo al tema, pensar en que la manutención de los retirados deberá depender ineludiblemente de los trabajadores en activo es caer en el mismo error que los padres atenidos a que sus hijos los mantendrán cuando sean viejos. ¿Se puede resolver el problema con estas tasas de desempleo (2.1 millones de personas en el segundo trimestre de 2019, según INEGI) y con los salarios promedios ($ 7,128 mensuales según la OCDE)? Para empezar, ¿para qué demonios existe la OCDE y por qué es tan importante cumplir con sus metas?

Al igual que los padres de familia con un hijo vagales que no quiere trabajar, se distancia de sus progenitores, o, en escenarios más trágicos, deja de existir, un país que retroceda en su economía se verá en aprietos cuando su plan de retiro se vea frustrado. Desgraciadamente, ese escenario parece ser muy factible. Después de todo, ¿quién puede sentirse confiado en el futuro laboral de una nación con políticas patronales manchadas, outsourcing no regulado, trabajadores con la filosofía de “ellos hacen como que me pagan y yo hago como que trabajo”?

Más aún: ¿es la solución “hacer aportaciones voluntarias a la AFORE” para personas que trabajan por el salario mínimo, que gastan la mayor parte de su sueldo en necesidades básicas, con patrones que les descuentan el día por ir a consulta médica, que reportan al IMSS salarios menores que los que perciben y que desafilian para ahorrarse las cuotas?

Según el artículo del ITESO, fueron treinta países los que optaron por este modelo de administración privada del ahorro para el retiro iniciado en Chile (y ya sabemos cómo está ardiendo ese país actualmente); sin embargo, después de lo que parece ser un inminente fracaso, 18 de ellos renacionalizaron sus sistemas de jubilaciones. México, con sus AFOREs, no es uno de ellos. Alerta de spoiler: las treinta naciones mencionadas eran, en su mayoría, latinoamericanas, seguidas de algunas de Europa oriental, África y Rusia.

Mi interés por este tema comenzó cuando me di cuenta de una minusvalía que ocurrió por ahí de junio de 2012 o 2013 y que afectó a “todas las operadoras de AFOREs”. Mal de muchos, remedio de… queriendo lavarse las manos, explicaron que los instrumentos en los que invierten tuvieron pérdidas, pero que “eso no era importante, pues está garantizada a largo plazo la ganancia”. Ahí fue cuando pensé: “se supone que mi dinero (MI DINERO, eso es muy importante) lo están manejando personas que saben invertir ¿y lo están perdiendo? Mejor dénmelo y yo me hago cargo de él, para que, si alguien va a tener la culpa de que termine en la ruina, por lo menos sea yo mismo”. En un negocio que cobra comisión de 0.79 a 0.98 por ciento SOBRE EL SALDO ACUMULADO (no sobre los intereses) que, considerando que la reducción de la misma en comparación al año pasado fue de 6.1 puntos base y tradujo un ahorro de 2,800 millones de pesos, dándonos una idea de la cantidad enorme de dinero que manejan estos plutócratas, obviamente permitir que  cada trabajador se haga cargo de administrar su riqueza sería dejar una gallina de huevos de oro.

El infame volante informando de la minusvalía generalizada ocurrida en mayo-junio de 2013.
El infame volante informando de la minusvalía generalizada ocurrida en mayo-junio de 2013.

Entonces… retirarnos sólo con la AFORE no será suficiente. Confiar en la misma para realizar aportaciones voluntarias, tampoco es opción segura. Por lo tanto, ¿qué otras soluciones puede haber?

En el documental de Netflix mencionado al principio, me quedaron claros dos conceptos que parecen ser universales: 1. La mayoría de los grandes capitales iniciaron con arduo trabajo de sus iniciadores; y 2. Mientras más tiempo pase, la riqueza provendrá cada vez más del capital reinvertido y cada vez menos del trabajo (minuto 8:10 del episodio). Tomando en cuenta esto, surge la pregunta: ¿podrían aplicarse estas leyes al común de los mortales?

Índice del Taco al Pastor Tapatío: una forma creativa de medir indirectamente el costo de la canasta básica.
Índice del Taco al Pastor Tapatío: una forma creativa de medir indirectamente el costo de la canasta básica.

Entre las personas a las que tuve el honor de conocer en 2019, existe una administradora especializada en emprendimiento social. Esta técnica de negocios, según Wikipedia, se dirige a financiar el desarrollo de soluciones a los problemas sociales, culturales y ambientales. Tomando como ejemplo a mi nueva amiga, su empresa compra frutos a precios justos a campesinos y los somete a proceso para deshidratarlos y venderlos. En ese sentido, se cumple con el objetivo de ofrecer un mejor negocio a los productores y no dejan tampoco de ganar dinero los emprendedores. Si en lugar de ser un grupo pequeño de socios capitalistas, ¿qué tal si fuera una cooperativa (“asociación autónoma de personas que se han unido voluntariamente para hacer frente a sus necesidades y aspiraciones económicas, sociales y culturales comunes por medio de una empresa de propiedad conjunta y democráticamente controlada”, Alianza Cooperativa Internacional, 1995)? En ese último caso, tendría un sentido más justo aún.

Boing! Propiedad de la Cooperativa Pascual: un ejemplo mexicano de este modelo de negocios.
Boing! Propiedad de la Cooperativa Pascual: un ejemplo mexicano de este modelo de negocios.

El motivo de escribir esta entrada era el de proponer desde un muy individual, particular, lego y profano punto de vista, una serie de acciones buscando contribuir a la prevención y/o aminorar los efectos que tendrá la inminente crisis de las pensiones que comenzará esta década. En forma resumida, la presento a continuación:

Concientizar. Despertar el interés de la población clasemediera hacia este problema. Claro está que no todos le darán la misma importancia, pero con tener un par de oídos donde merme este llamado de atención ya será un avance.

Invitar. Quienes poseen capital monetario, conciencia social y algo de idea de cómo hacer negocios, pudieran verse atraídos por la posibilidad de generar oportunidades a pequeños socios para incrementar su patrimonio a cambio de una ganancia para ellos. Generar buen karma, pues.

Reclutar. Empleados, pequeños emprendedores, burócratas, obreros, amas de casa, jubilados, estudiantes, en general personas que tengan la posibilidad de destinar una parte de sus ingresos para invertirlo en modelos de negocios cooperativistas con el objetivo de generar ganancias a futuro e incrementar su ahorro para el retiro.

Regular. Obviamente se trataría de contar con oportunidades con posibilidades reales de generar ganancias. Para esto, cada propuesta de negocios debería ser revisada por mercadólogos, administradores, economistas o cualquier otra persona con conocimientos pertinentes para .garantizar cierto grado de seguridad para no arriesgarse a una pérdida absoluta. Porque para jugársela, mejor le seguimos abonando a la AFORE o nos metemos a una pirámide.

Espero que este post despierte interés en gente que sepa del tema y que brinden su opinión para saber si no estoy tan desorientado o si de plano resultó una monumental pérdida de tiempo. Me gustaría finalizar con una frase en la conclusión del artículo de Magis que ha servido como referencia para estas líneas y que expresa y sintetiza el pensamiento que me ha motivado a aportar un pequeñísimo grano de arena a este complejo problema que se avecina; en palabras de David Foust: “Pero sí creo que a nivel ciudadano necesitamos platicarlo más, necesitamos conocer esta problemática, porque nos afecta a todos, porque el hecho de que, digamos, 56 por ciento de la población no está cubierto, quiere decir que a lo mejor tú sí estás cubierto, pero tu cuñado no, y vas a tener que hacerle el paro a tu cuñado, o tu cuñado va a tener que hacerte el paro a ti, o tu papá o tu mamá, si ellos no cotizaron o cotizaron poquito… Es decir, es medio falso pensar que ese 56 por ciento está separado del otro 44 por ciento. La crisis nos va a afectar a todos, tarde o temprano”.

De cuando entré en una secta…

Hace unos días se cumplimentó la pena de muerte contra Shoko Asahara, líder de la secta “Verdad Suprema”, responsable del atentado con gas sarín en el metro de Tokio en 1995 que le costó la vida a trece personas. Supuestamente buscaban acelerar un Apocalipsis e instaurar a Asahara como “emperador de Japón” (Wikipedia dixit). Resulta que el buen Shoko se consideraba a si mismo una especie de mesías, y sus discípulos parecían estar de acuerdo.

Asahara con Su Santidad, el decimocuarto Dalai Lama
Asahara con Su Santidad, el decimocuarto Dalai Lama

Las sectas destructivas son nocivas; no sólo para sus seguidores sino para personas externas que nada tienen que ver. David Koresh, Jim Jones, el mismo Charles Manson… gente carismática y por alguna razón altamente convincente que llevaron a la muerte a cientos de personas y nos han brindado horas y horas de material audiovisual para satisfacer nuestro morbo y sed de información. Por supuesto que estas prácticas no son exclusivas de los grupos que buscan algún fin religioso/filosófico: recordemos los peligrosísimos “cursos” de coaching coercitivo que, además de destruir la autoestima de las personas, les roban su dinero y los convierten en esclavos al darles la “oportunidad de ayudar a otros individuos” donando su tiempo y trabajo para seguir embaucando gente en un sistema piramidal con múltiples variantes y ganancias exorbitantes. Amiguitas y amiguitos: si alguien los invita a una “plática para mejorar tu desarrollo humano” y algo no les huele bien, ¡ALÉJENSE, ALÉJENSE DE INMEDIATO!

Jim Jones, quien asesinó a todos sus seguidores en Guyana con Kool-Aid envenenado. Ah, y a un congresista estadunidense a balazos
Jim Jones, quien asesinó a todos sus seguidores en Guyana con Kool-Aid envenenado. Ah, y a un congresista estadunidense a balazos
David Koresh, que nos proporcionó tantos días de emoción cuando se atrincheró en su rancho de Waco, Texas y terminó incendiándolo
David Koresh, que nos proporcionó tantos días de emoción cuando se atrincheró en su rancho de Waco, Texas y terminó incendiándolo

Nuestra hermosa ciudad no es ajena a este peligro. De acuerdo, exageré un poco con el título del post: ni alcancé a ser victimizado, ni era tan destructiva, pero más de alguno cayó en sus manos y creo que no salió tan fácil. La historia es la siguiente: cuando estudiaba la licenciatura tuve una pareja que me propuso ir a unas “pláticas sobre la Biblia” a las que asistía. Ella acudió en primer lugar por invitación de un pasante de la carrera que era su profesor en una asignatura, compañero a su vez del profesor que me daba clases a mi en esa misma materia. Ambos eran tipos brillantes, excelentes médicos y maestros. Quien invitó a mi chica llevaba ya mucho tiempo en ese amoroso grupo religioso, mientras que el otro comenzó a ir más o menos al mismo tiempo que ella. Ambos quisieron hablar conmigo para animarme a acudir, y yo accedí a escucharlos.

El grupo se hacía llamar “Discípulos de Jesús” y se reunían cada sábado en el Parque Rojo. La propuesta era acudir a ocho lecturas comentadas de pasajes selectos de la Biblia, para conocer su punto de vista y, si me convencía, continuar asistiendo; todo esto sin interferir en mis actividades y dogmas de católico apostólico y romano. Al escuchar el entusiasmo de mi profesor, a quien le reconocía su pensamiento crítico y científico, pensé: “bueno… si alguien tan inteligente lo considera algo positivo y enriquecedor, no puede ser algo malo”; además, como por esas fechas aún me definía como creyente y coincidía con la Semana Mayor, lo consideré una probable señal divina para retomar el buen camino del temor a Dios y acepté no sin antes asegurarme que el compromiso era para las ocho pláticas, no más.

El Parque de la Revolución, conocido como el "parque rojo" en la Perla Tapatía
El Parque de la Revolución, conocido como el “parque rojo” en la Perla Tapatía

A las sesiones acudíamos yo, el profesor de mi novia y el mentor espiritual de él; éste último las conducía. Las primeras lecturas fueron de lo más light. Dios es bueno, nos quiere, en ningún lado dice que debemos persignarnos al pasar frente a un templo, etcétera. Las explicaciones eran también de lo más sencillas y creí estarle agarrando la onda. Además, por alguna razón, les pareció importante aclararme algo:

-¿Sabías que hay una secta de homosexuales? Unos que dicen que, como Jesús dijo “amaos los unos a los otros”, justifican su preferencia. Nosotros no somos así. Nosotros sí entendemos la Biblia.

Fiu, menos mal.

Un buen día se me ocurrió abrir la puerta a una duda que siempre había tenido: Dios es omnipotente y creador de todas las cosas, pero… ¿quién creó a Dios? ¿Qué hubo antes de él? Pensé que al ser un par de tipos jóvenes y bienintencionados, podrían explicarme con argumentos convincentes la respuesta a esa pregunta. Al escuchar mi interrogante, ambos sonrieron y el guía abrió las páginas del Libro de Job marcadas con pequeños post-it. Me señaló un versículo para comenzar y me pidió leer en voz alta. En resumen, era la parte donde Dios le habló a Job después de que éste le dijo que ya le bajara dos rayitas a sus pruebas de lealtad y decía más o menos algo como: “¿quién eres tú para cuestionarme a mí, que creé el cielo y la tierra, los árboles y los animales, el día y la noche?” etcétera. En otras palabras: Alfredito, insignificante humano, no tienes derecho para cuestionar el origen del Todopoderoso. Primera alerta.

Nótese que estoy evitando usar los nombres de los protagonistas de la historia. Con algunos de ellos sigo en contacto.

Después de tan amarga desilusión (realmente tenía mucho interés en saber la verdad), consideré cumplir únicamente con lo que me había comprometido; esto es completar las ocho pláticas y despedirme cordialmente. Sin embargo ocurrieron un par de situaciones que me hicieron replantearme el terminar siquiera con lo solicitado.

La primera eventualidad sucedió cuando en una de las sesiones la actividad programada era ir a reclutar incautos (a mi nadie me había dicho que haríamos eso) con volantes informativos para lo cual fuimos a la salida de la estación Juárez. Como yo no tenía experiencia, acompañé a mi potencial padrino para ver cómo se hacía. El tipo tenía algo de facilidad, entabló conversación con un chico que dijo que quería estudiar medicina pero no había salido en listas y se mostró muy interesado. Después encontró al que resultó ser un compañero suyo de generación y al saber de qué se trataba lo rechazó de plano. El cristiano se volvió conmigo y me dijo: “¿crees que Dios está contento con esta persona?”. Y después de unos minutos, fue mi turno: el tipo me indicó acercarme a la gente con mis volantes y yo, con mi ya conocida timidez e introversión, me acerqué un par de veces para ser rechazado por todos los transeúntes, cosa que agradecí en silencio. Sin embargo, mi compañero me quiso animar diciéndome: “¡No te preocupes! ¡Ese que quiere que fracases, es el Diablo! ¡No le hagas caso y échale ganas!”. El Diablo hace que la gente no me haga caso… okey. Qué místico.

Posteriormente, no estoy seguro si fue ese mismo día, acudimos a una reunión más concurrida de los discípulos de Jesús. Tal parece que era un día especial para que rentaran un local y nos presentamos ahí. Entre la gente alcancé a ver a mi maestro quien parecía discutir muy acaloradamente con su compañero y otro tipo, y después de unos minutos se desapareció y no volvió. Muy triste y apesumbrado, su compañero (el tipo que me estaba “coacheando”) se me acercó y me dijo: “Alfredo… ¿crees que somos fanáticos? No sé qué le pasó a X, que ya no quiere venir”. ¿Mi maestro, la persona por la cual me había convencido de ir a esa cosa, renunció? Esto NO puede estar bien. Segunda advertencia.

Tuve que cancelar la siguiente reunión porque había quedado en un plan con mis amigos. Cuando le avisé a mi sensei, le intrigó:

-Así que vas a ir a un concierto, ¿eh? ¿De qué grupo es?

-Se llama Korn, no sé si lo conoces-, contesté.

-Ummmmno, pero… no es nada satánico, ¿o sí?

-¡No, cómo crees! ¡Para nada!- respondí con una sonrisa.

-Aaah bueno, menos mal. Pues ve y diviértete. ¡Y pídele a Dios que te diviertas, porque también eso es importante!

Pedirle a Dios que me divierta… como si tuviera el tiempo para cumplirme mis caprichos…

A esas alturas yo ya había decidido cumplir únicamente con mi compromiso inicial de las ocho pláticas. Buscando terminar lo más pronto posible, le pregunté a mi coach si creía factible que pudiéramos finalizar a más tardar cierto día sábado.

-Es que el domingo siguiente voy a las fiestas patronales del pueblo de mi papá, y quisiera ver si el sábado previo podríamos terminar con las dos pláticas que faltan.- justifiqué.

-Pues… este… es que tenemos grandes planes para ti para ese domingo… pero vemos, ¿sale?

¿Grandes planes para mí? ¿De qué demonios hablaba? ¿Me propondrán seguir en la secta? ¿Querrán ofrecerme en sacrificio? Definitivamente no será nada bueno. Tercera advertencia.

Y finalmente ocurrió: la siguiente reunión fue la sexta o séptima y la última para mí. Ese día estuvimos en la casa que rentaba el sujeto que dirigía las sesiones, por lo que teníamos privacidad. Pues ese día la actividad consistió en lo siguiente:

-Ahora te pediremos algo diferente, Alfredo. Ya has visto en las lecturas anteriores qué es lo que no le gusta a Dios, cómo quiere que seamos, qué es lo que debemos de evitar… pero lo más importante es estar en paz con Él. Por eso ahora te pedimos que, de acuerdo a lo que ya sabes, escribas en una hoja TODOS tus pecados y TODAS tus faltas: para después leerlas y pedirle perdón. Tómate tu tiempo, pero recuerda que a las 7:00 hay que estar en la celebración de la Última Cena.

“¿Escribir mis ‘pecados’ en una hoja de papel y leérselo a un par de extraños? Estos tipos están majaretas. Okey, escribe y compárteles uno que otro pecadillo, para darles gusto. No se te ocurra contar nada de la vez que hiciste cosas impuras con tu novia, que a esas alturas ya era una iluminada. Tómate unos minutos, para que vean como que te lo tomas en serio y dales lo que quieren”, pensé.

-Bueno, no he sido una buena persona definitivamente-, comencé a leer. -Le he mentido a mis padres, me he quedado con el cambio del mandado, he visto películas para adultos y cometido actos impuros, jugué a la ouija una vez, pero ya me portaré bien y no lo volveré a hacer =)

Creí que era el fin, pero…

-No eres sincero-, espetó el que estaba más cerca de la iluminación. ¿Cómo es posible -continuó, que cometieras tantos pecados y no te sientas arrepentido realmente? Jugaste a la ouija… ¡ESO ES BRUJERÍA! ¡DIOS NO ESTÁ CONTENTO CON ESO! Y lo tomas con tanta calma… ¡No puede ser!

El tipo estaba fúrico. Jamás imaginé que mis tropelías de secundariano podrían desencadenar el Apocalipsis vía un efecto mariposa. Chale, ni siquiera la masturbación superaba eso. Pero,  ¿qué podía hacer? Lo hecho, hecho estaba.

-Ahora tienes que pedirle a Dios que te dé la fuerza para arrepentirte sinceramente-, dijo el sujeto. “¿Es en serio?”, pensé. Anda, ora con fuerza para que te escuche.

Y ahí me tienen, por llevar la fiesta en paz, en genuflexión acompañado de mi sensei con el otro güey observándonos implorando al Supremo que me diera la fuerza, sabiduría y humildad para aceptar mis errores y arrepentirme de corazón; todo esto durante unos minutos, porque más tarde iríamos a la conmemoración de la Última Cena en un local para eventos por la avenida Federalismo. Y después de abrir mi alma y esperar la dicha de poder sentirme pecador, fuimos a aquél lugar donde había sillas alineadas con una tarima enfrente y mucha gente sentada. Honestamente no recuerdo mucho de lo que ocurrió ahí, quizá seguía en éxtasis; lo único que quedó en mi memoria es que parte de la celebración consistía en que nos repartieran una pequeña pieza de pan artesanal y un vasito de jugo de uva. Intenté tomar de aquello y no me lo permitió el intransigente que nos lideraba. “Tú todavía no”, sentenció. Así fue que me quedé regañado, siendo el peor cristiano del mundo y sin pan ni juguito de uva.

Total que me fui a mi casa terminando el borlote. Y llegando, me marcó el fulanito que me invitó para ponernos de acuerdo para la siguiente sesión. Ahí tuve que ser claro:

-Mira, lo que ocurrió hoy me hizo sentir muy incómodo y disgustado. La verdad ya no quiero seguir con esto.

-Noooo, no te preocupes, Alfredo, así es esto. No te imaginas cómo me fue a mí cuando me tocó, la verdad me pusieron una arrastrada, ja, ja (risa nerviosa). Pero tú tranquilo, vas a ver que todo va a mejorar.

-Ammm… de verdad, no tiene caso seguirle. Mejor dejemos esto así y ya nos vemos en la escuela, ¿de acuerdo?

-¿Pero por qué piensas eso? No te desanimes, es normal sentirse así, pero si te das otra oportunidad no te vas a arrepentir-, insistió.

-No. En serio, gracias por la invitación, pero yo hasta aquí llego. Perdona.

-Ese que te dice eso-, dijo con voz sombría; ese que te desanima… ¡ES EL DIABLO! ¡No le hagas caso! ¡Quiere que fracases!

-Pues no sé si es Belcebú o Mefistófeles, pero yo ya no quiero saber nada de esto-, respondí algo así aguantándome la risa. -De verdad, no tiene caso insistir.

-Está bien… ojalá recapacites-, ahora con voz triste. Yo de todos modos rezaré por ti, para que te convenzas. Adiós.

Y por fin se acabó mi aventura con la secta chafa esa. Días después, la chica que era mi novia me dijo que tenía que hablar conmigo. ¿La razón?

-¡Me van a bautizar el domingo! Pero me dijeron que sería conveniente que entrara en pureza, es decir, sin pareja… ¿qué opinas?

-Pues si es lo que quieres, y si esa onda es muy importante para ti, yo no te voy a retener.

Así me quedé sin fe y sin novia. Y no me arrepiento, era más joven y me permitió conocer de primera mano cómo funcionan esos grupos: primero te hacen sentir la peor basura sobre la faz de la tierra, y luego te dicen que ellos te aceptan tal y como eres, para ofrecerte una solución. Y, si estás lo suficientemente vulnerable, aceptas y caes.

Por eso, ante todo lo que apeste a comportamientos sectarios, ya sea religioso, de superación personal o para mejorar habilidades de negocios, mi sugerencia es: mándenlos cordialmente al demonio.

Coaching coercitivo
Coaching coercitivo

Emergencias en el aire

Recuerdo que, comenzando con la primera vez que viajé en avión, me he imaginado qué pasaría si ocurriera alguna emergencia. Desde un aterrizaje forzoso hasta una tragedia de proporciones épicas, es algo que pasa por mi mente por lo menos de manera fugaz cuando abordo una aeronave. Obviamente, si en una de esas quedo sin vida, no tendría mucho tiempo de pensar en esos últimos instantes sobre lo que podría pasar después o cómo me encontrarían si es que queda algo de mí, pero la posibilidad menos latente de quedar con vida o, la más probable, de que se trate de un evento que no genere más que un poco de pánico, es lo que hace volar mi imaginación y en lo que me entretengo fantaseando entre el despegue y el aterrizaje, sobre todo cuando no hay revistas a bordo o pantallas u olvido llevar material de lectura (lo cual, por fortuna, son las menos de las veces).

No obstante mi hiperactiva imaginación, al principio no creía factible que llegara yo a ser el protagonista de un evento del tipo “¿hay algún médico a bordo?”, y menos que sería en un contexto tan jocoso (claro, eso lo pensé a posteriori) que bien podría hacer sido incluido en aquella aclamada comedia llamada “Airplane!” (conocida en Latinoamérica como “¿Y dónde está el piloto?”), sólo que en lugar del genial Leslie Nielsen sería yo el responsable de llevar a buen término el problema de saludo que aquejaba al pasajero. “Pasajero”, en singular, por fortuna.

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Todo sucedió en mayo de 2012, en un vuelo de Panamá a Guadalajara, por aerolíneas COPA. Muy bueno el servicio, y más porque fue patrocinado; no tengo ninguna queja. Después de una enriquecedora experiencia académica en el Congreso Panamericano de Endocrinología, en la ciudad de La Habana, y tras haber pasado una noche en la cuna de Roberto “Mano de Piedra” Durán (ocasión en que viví otra chusca anécdota relacionada con taxistas centroamericanos), estaba cómodamente acurrucado en mi asiento, dormitando un poco tras haber pasado el susto de mi vida pensando en que estábamos a punto de chocar con otro avión (producto de mi modorra, confundí un poblado cuyo alumbrado estaba dispuesto en una forma similar a las ventanas de una aeronave), pensé en qué ocurriría si por alguna razón requirieran los servicios de un facultativo sanitario en la cabina. Y justo cuando pensé que nada más emocionante ocurriría en ese viaje, una de las sobrecargos tomó el micrófono, aclaró su garganta y pronunció con una dicción perfecta las temibles palabras:

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-Señoras y señores pasajeros: lamentamos interrumpir la tranquilidad de su vuelo. Solicitamos su amable colaboración: si hay algún médico a bordo dispuesto a brindar su atención, por favor levante la mano.

Para mi mala suerte, yo era el único endocrinólogo tapatío que asistió a ese evento que volvía a casa ese día; normalmente los vuelos con destino a las ciudades con más tráfico aéreo del país están llenos de profesionales del área relacionada con el tema de los congresos el último día de los mismos. Instintivamente, alcé el brazo ante esa petición anhelando no ser el único y que hubiese alguien más proactivo que yo. Me di cuenta de que no estaba solo, ya que un individuo filas más adelante también se había identificado como médico. Sin embargo, al parecer por haber parecido más entusiasta (o tal vez por haber pedido menos licor que el otro), la sobrecargo se acercó conmigo para explicarme la situación:

-Disculpe la molestia; tenemos un pasajero en primera clase que se siente mal. Está enfermo y deseamos saber si usted puede ayudarnos en su atención.

Tras acceder, me levanté y la seguí hasta la cabina de primera clase donde estaba ya un par de sobrecargos más con un individuo octagenario, con evidente sobrepeso, que respiraba oxígeno suplementario a través de puntillas nasales desde un tanque portátil que seguramente le pertenecía; asumí entonces que se trata de un enfermo crónico de los que se puede esperar cualquier desenlace.

Antes de que me acercara al paciente en cuestión, las amables sobrecargos me aclararon que, de aceptar auxiliar, se trataría de una atención altruista totalmente voluntaria, por el cual no cobraría ninguna clase de honorarios y que debía firmar esa declaración donde se constaba ese hecho, acompañado de mi número  de cédula profesional correspondiente. Todo esto con una gentil sonrisa en sus rostros.

Una vez finiquitado este engorroso trámite (me urgía, por supuesto, ayudar al enfermo), me acerqué a él para interrogarlo rápidamente, rogando que supiera hablar español. Para mi alivio, así era y me respondió que tenía 82 años cumplidos, que padecía de diabetes mellitus y que comenzó con dificultad para respirar sin ningún motivo aparente unos minutos antes. Mientras le acomodaba el brazalete para tomar su presión arterial, le pregunté sobre los fármacos que consumía. “Metformina, ácido acetilsalicílico, metoprolol y sildenafil”, me respondió. “Okey”, pensé. “Metformina, para la diabetes. ¿Aspirina?, hay muchas indicaciones; seguramente prevención primaria. ¿Metoprolol? Debe ser hipertenso, espero que esté controlado. Peeeeero…. ¿sildenafil? ¿aquella pastillita azul con nombre comercial ‘Viagra’?” Difícilmente un varón que sólo lo utilice para el desempeño sexual lo nombraría automáticamente cuando le preguntan sobre consumo de medicamentos, así que mi optimismo inicial se ensombreció cuando pensé en el motivo principal por el cual se administra ese medicamento de manera regular: HIPERTENSIÓN PULMONAR. Por lo tanto, las posibilidades se ampliaron: desde una crisis de ansiedad hasta una tromboembolia pulmonar pasando por un infarto agudo del miocardio.

Tras confirmar que su presión arterial estaba en valores aceptables, procedí a escuchar su corazón. Por fortuna, contaban con un kit básico de atención médica a bordo, así como un botiquín y, por fortuna, un desfibrilador automático. Mientras estaba poniendo en práctica mis conocimientos de propedéutica y semiología dirigidas, se nos unió el colega que se había quedado atrás, quien, tras una rápida evaluación de la situación, dio con la solución:

-Denle un diacepam.

Moví los globos oculares hacia arriba. “Paciencia”, pensé. “Es un angiólogo; no está entrenado en las artes de la Medicina Interna, en el reto diagnóstico del paciente geriátrico”.

-Ok, doc. Nada más déjeme confirmar que no necesite algo más.

El pobre hombre seguía con dificultad para respirar, pero bastante sereno. Su paje (acompañante, asistente, su Smithers) también estaba tranquilo, pero expectante. Pregunté si había desfibrilador automático, en caso de que fuese necesario. “Sí, doctor. Tenemos desfibrilador automático”, respondió la sobrecargo tranquilizándome.

Pedí un glucómetro; también lo tenían. Enfermo de diabetes, una posibilidad a descartar sería una hipoglucemia. Le tomé la muestra. Resultado: 89 mg/dl. Hipoglucemia descartada.

-Doctor, el piloto me informa que estamos sobrevolando la Ciudad de México, por si fuera necesario realizar un aterrizaje de emergencia.- Ese fue mi pretexto para poner mi cara de Leslie Nielsen, otra vez en “¿Y dónde está el piloto?” con un poco de Clint Eastwood:

-Espere. Creo que podremos resolverlo aquí.

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Okey, presión arterial normal. Precordio rítmico. Ruidos respiratorios ligeramente disminuidos en bases pero por lo demás, sin problemas. Glucosa normal. ¿Qué será?

-Denle un diacepam, les digo.- La voz del angiólogo sonó atrás.

-Hay que ver, doc;  “´péreme”.- No podría creer su insolencia: lo único que estaba haciendo era ver y dar su opinión; ni siquiera se acercó a examinarlo. ¿Cómo se atrevía?

Definitivamente el paciente no empeoraba, seguía tranquilo y había comprobado que sus signos vitales no se alteraban. ¿Será, por ventura, que quizá sólo necesitara…?

-Un diacepam, mi doc. Con eso se tranquiliza.- Otra vez, el angiólogo convertido en experto en trastornos de ansiedad en el adulto mayor.

-¡¿Tiene diacepam, señorita?! Más por fastidio que por convicción, espeté esa pregunta a la sobrecargo que nos acompañaba. “Sí, doctor. Enseguida”.

Cinco miligramos y diez minutos después, el abuelo Munster como si nada. Una disculpa, se me hizo parecido al personaje de esa serie televisiva. Tras confirmar que todo marchaba bien y los agradecimientos correspondientes, el especialista en venas y arterias y yo nos retiramos a nuestra confortable  clase turista.

-Te lo dije, médico. Nomás era una crisis de ansiedad. El diacepam lo mejoró.

Yo, con la mirada perdida, no imaginaría que varios minutos después me interrogaría la Policía Federal por llevar más tabaco del permitido sin declarar.

Roces con la ley

Como la mayoría de los tapatíos adolescentes y recién entrados en la adultez, yo también tuve mis roces con la ley. Claro que en esos tiempos no pasaba de una “revisión de rutina” la mayoría de los casos y todo terminaba en una advertencia justa y un agradecimiento en efectivo (cuando sí había algo qué perdonar y el amedrentado jovencito prefería pagar antes que verse sometido al escarnio y exponer a su honorable familia a la vergüenza de tener un hijo delincuente… o al menos eso pensaba yo).

La causa más común de detención era ver un grupo de jóvenes en un automóvil (mientras más reciente el modelo y mayor la cantidad de pasajeros, mejor) y buscarles alcohol o drogas. Jamás llevábamos sustancias ilegales, pero más de una ocasión alguien se la jugaba tomando una cerveza y, aunque no fuese el conductor, uno sabía que iba a valer madre todo por una supuesta “falta administrativa” cuya multa no era onerosa, pero si a duras penas se alcanzaba a comprar una botella de Don Pedro de 120 pesos entre seis personas, difícilmente ajustaría para pagar la infracción, máxime si amenazaban con llevarse a toda la camarilla. Hasta la fecha no sé qué parte de “consumir en la vía pública” se violenta al ingerir bebidas espirituosas en un vehículo particular.

Cuando uno ya tiene algo de experiencia en esos menesteres, no suele tener problemas con seguir la rutina: “buenas noches, señor oficial, sé que no estuvo bien lo que hicimos pero vale más que usted no pierda el tiempo con unos jóvenes inofensivos en lugar de atender asuntos más importantes; ¿qué tal si nos echa la mano?” y después de un regateo leve, se consumaba el soborno y cada quien seguía su camino. Pero la primera vez es siempre la más difícil, sobre todo para un adolescente de 15 o 16 años, cuyo único acercamiento con la policía para entonces había sido pasar por afuera de la Procuraduría en la Calzada Independencia. Fue a esa tierna edad cuando ingresé al mundo de la corrupción, como me permito narrar a continuación: resulta que por esas fechas unos cuates de la prepa me invitaron a participar en un equipo de futbol. Nunca fui bueno, pero al menos me divertía y me trataban bien. Eran tan amables que me invitaron a una fiesta de XV años de una chica que ni siquiera conocía pero como se indicó “que invitaran a los del equipo”, fui favorecido. Pues bien, me puse de acuerdo con un amigo para irnos en autobús (o tren ligero, no recuerdo bien; era al oriente de la ciudad) y estuvimos buscando el lugar de la fiesta durante un buen rato sin encontrarlo. En algún momento llegamos a un festejo de XV años que no era el indicado, pero de alguna manera nos colamos y nos fuimos después unos minutos porque estaba bien aburrido.

¿Ahora qué? “Hay que comprar unas chelas y nos regresamos”, dijo mi amigo. “Okeeey…. No creo que nos las vendan”, le contesté, pero lo intentamos. Segundos después, cada uno llevaba su Carta Blanca en la mano.

-“Es muy importante que no te la tomes en la calle. No nos pueden decir nada si las llevamos cerradas, pero si las destapamos, seguro que nos atoran”, me dijo mi amigo antes de abrir la suya. Pero como yo soy muy obediente, sólo la estaba cargando en mi bolsillo.

Todo iba muy tranquilo esa tarde soleada de sábado en la hermosa Perla de Occidente, caminando por calles tranquilas dispuestos a regresar íntegros cuando de pronto… sirenas, chirrido de frenos y un policía desde una patrulla: “¡órale! ¡contra la pared!”. Como ya había visto suficientes películas, sabía lo que debía de hacer y mi amigo también. Los honorables agentes de la ley procedieron a registrarnos e interrogarnos sobre nuestra situación. No fueron groseros, pero esa vez recibí la primera caricia genital sin intención sexual en mi vida. Cuando le señalé ese hecho al oficial, me respondió: “ya tendrás algo qué contar a tus nietos”.

Después de cerciorarse de que no constituíamos un peligro para ellos o para nosotros mismos, llegó la sentencia: estábamos (“estábamos, Kee-mo-sabi…”) tomando en la vía pública y debían de llevarnos a la instancia correspondiente para pagar nuestra multa. Supuse que no sería tan complicado y aparatoso, quizás nos entretendría más de la cuenta, pero yo contaba con estar en casa esa noche por lo que subí tranquilo a la patrulla.

-¿Cuánto cuesta la multa? “Como es una falta administrativa, como 150 pesos”. ¡Genial! ¡Sí alcanzo con mis doscientos pesos! Pero, ¿alcanzaré para el taxi de vuelta?
-¿Adónde nos llevan?, pregunté. “Al tutelar”, respondió el policía 1.
-Y… ¿dónde queda?, volví a inquirir. No recuerdo la respuesta, pero dije algo así como “ah, bueno, pues me regreso caminando”. Sólo se rieron de mí.

Aaaah, pero no contaba con: “nada más que como es sábado y abren hasta el lunes, van a tener que quedarse el fin de semana”, policía 2 dixit. FUUUUUUUCK…

-“¿Y qué van a decir mis papás?”, pregunté.
-“Pues cuando no llegues a dormir, ya te empezarán a buscar”, policía 1.

“Okey, Alfredo, no te preocupes”, pensé. “Son policías simpáticos, se ve que son flexibles, seguramente se podrá negociar con ellos”. Así que, con mi mejor cara y tono suplicante…

-Oigaaaa…. ¿y no hay otra manera de arreglarnos..?

Patrulla disminuyendo de velocidad, policía 1 fija sus ojos sobre mí por el retrovisor.

-¿Arreglarnos de otra manera? ¿A qué te refieres?

“¡Mierda! ¡Policías honestos!”, pensé. “Carajo, esto va a empeorar y me van a subir la pena por intentar sobornarlos”. Me fui con más cuidado:

-Pues… sí, algo que se pueda hacer para que no tengamos que ir hasta allá…

Patrulla frena por completo. Policía 2 se voltea.

-A ver, a mi me gusta que me hablen al chingadazo, sin rodeos. ¿Qué estás diciendo?

Hora de poner todas las cartas sobre la mesa. “Alea jacta est”, como dijo algún romano, y “Audaces fortuna juvat”, como dijo otro.

-Me dice que la multa cuesta 150 pesos… ¿qué tal si… les diéramos a ustedes el dinero y nos hicieran favor de pagarla por nosotros?

Mi amigo me miró con unos ojos que no supe interpretar si eran de desaprobación, incredulidad o susto. Silencio policial.

“Carajo… creo que es demasiado poco”, pensé.

-O…. ¿ciento ochenta?, propuse.
-Ah, pues si me pones a escoger, mejor 180, dijo el policía 2. “Eres un idiota, amiguito”, pensé.

Como somos hombres de palabra y sabemos que un trato de esa naturaleza se honra y se cierra sin necesidad de un apretón de manos, nos bajamos de la patrulla, saqué mi único billete de $200 y se lo di discretamente al policía 2, quien me devolvió la botella de Carta Blanca. La chela más cara de mi vida.

-“¿Y mi cambio..?”, me atreví a preguntar
-“JA, JA, JA, JA, JA. ¡Ya váyanse, nomás ya no se la tomen en la calle!”, respondieron alegremente los azules y se fueron en su patrulla a seguir combatiendo el crimen.

-“Les hubieras dado menos”, me dijo mi amigo. Yo dejé la botella de cerveza que para entonces ya no se me antojaba para nada y emprendimos el camino de la vergüenza de regreso a casa.

Como corolario, a la altura de la avenida Alcalde y Juan Álvarez otra patrulla amagó con detenernos, pero seguramente reconocieron los signos de la derrota y pasaron de largo. Esa noche dormí muy aliviado.

El Triunfo de la Voluntad

No, no me refiero al documental de Leni Riefenstahl sobre Hitler y su partido nazi, aunque creo que, si la cineasta hubiese conocido al protagonista de este relato, le dedicaría no menos de un par de filmes.

No; esta historia es más moderna, ocurrió en pleno siglo XXI. Corría a principios de la década, cuando en uno de los numerosos torneos de naciones de futbol se enfrentaron México contra Brasil en el Estadio Jalisco (casa fuera de casa de la selección carioca, como todos lo sabemos). Obviamente, éstos últimos jugaban prácticamente como locales en nuestra hermosa ciudad.

Para quienes no estén familiarizados con el Coloso de la Calzada Independencia, a grandes rasgos cuenta con dos graderías: una parte baja y una parte alta; ésta última, a su vez, se divide por enrejado en una zona de mayor costo (conocida hasta no hace mucho como la “B”) y la otra (la zona “C”), que era la más barata para asistir y la de la perspectiva menos agraciada para ver las acciones del juego. Pues bien, en ésta última zona es donde ocurrió la magia que voy a contar.

Era aún el primer tiempo del aburridísimo partido. Yo y mis amigos estábamos ubicados en la quinta o sexta grada y en hasta adelante había un grupo de individuos más o menos de nuestra edad (alrededor de veinte años, si no es que más jóvenes) que buscaban, como nosotros, divertirse viendo el juego. Pues como ni los ratones verdes ni la Verde-amarela daban una y se corría el peligro inminente de que la gente comenzara a abuchearlos, un valiente del grupo de la primera fila se levantó, se volteó para dar la cara a los de las gradas superiores y con una voz nada melodiosa pero extraordinariamente decidida, gritó:

-“¡A ver, raza! ¡De aquí para allá, que empiece la ola! ¡Una, dos, tres!”

Nadie hizo caso. Pareciera que no lo escucharon, por lo que repitió:

-“¡Una, dos, tres!”

Un par de despistados se levantaron siguiendo sus instrucciones, pero no hicieron eco.

-“¡Una, dos, tres!”

“¡Ya cállate, pinche Furcio!”, alguien gritó desde atrás. En efecto, nuestro protagonista se parecía al susodicho personaje animado.

Sin dejarse amedrentar, nuestro Furcio volvió a gritar:

-“¡Una, dos, tres!”

Ahora se levantaron más personas, que lograron que la “ola” siguiera unos cuantos metros lineales. Ya para entonces, había comenzado en esa misma zona algunos golpeteos de pies sobre el cemento, que se fue haciendo más ruidoso, y más, y más, hasta que…

-“¡Una, dos, tres!”

Y entonces sucedió el milagro: decenas de asistentes que estábamos en esa área nos levantamos con entusiasmo al unísono de nuestros lugares extendiendo los brazos hacia arriba. Comenzamos la “ola”, pues. Y para sorpresa de más de uno, no sólo no se quedó ahí, sino que siguió, y siguió, y siguió hasta dar la vuelta completa al estadio… no sólo una, ni dos, sino cinco veces. CINCO VUELTAS DIO LA OLA. La parte baja, contagiada del gozo, comenzó también su propia ola (sin tanto éxito, he de decirlo) que trajo alegría al desangelado encuentro. Todo era felicidad, un éxtasis colectivo al ritmo de las centenares de piernas batientes pisoteando el concreto, algo que seguramente nadie pudo prever.

-“¡Ya párala, pinche Furcio!”

El dueño de la voz que antes había tratado de desanimar al héroe de la historia, ahora buscaba romper su momento de gloria. Definitivamente hay mucha gente envidiosa en el mundo.

Finalmente, la “ola” se detuvo. Como toda obra que implique esfuerzo colectivo, dejó de prestarse interés en continuar hasta que se esfumó. Y después quiso iniciarse otra, pero sin éxito. Sin embargo, nunca olvidaré el día en que un solo individuo movió al Estadio Jalisco; un sujeto cuyo aspecto físico parecía salido de la mente menos creativa de Televisa, un “chavo” como cualquiera, sin más recurso que su enorme entusiasmo y su falta de temor a la derrota, le dio nombre con sus acciones al título de esta entrada.

Vaya un saludo a este héroe anónimo, este mexicano admirable, donde quiera que esté. Tenemos mucho que aprender de él.

Cuento

-Ven, vamos por aquí.

Él la siguió por donde le indicó. No le extrañó que lo citara ahí, a ella siempre le habían gustado esa clase de lugares. Nunca supo por qué, simplemente una vez se lo dijo.

Ella lo tomó de la mano para iniciar la caminata, pero la soltó después de tres pasos. A él le hubiese gustado sostenerla, siempre le transmitía una energía positiva. Pero ya no podía hacerlo, ya no tenía derecho.

-¿Recuerdas la última vez que estuvimos aquí?

Sus palabras rompieron su ensimismamiento. Mientras caminaban por las calles y avenidas con nombres de santos y estaciones del Viacrucis, observaba a su alrededor. Le gustaba la paz y la serenidad que se respiraba, el silencio roto únicamente por los cantos de los pájaros, el movimiento de las hojas y, ahora, la voz de ella. Esa voz tan fresca, llena de vida, durante tanto tiempo silenciada para él, que escuchó con gusto cuando recibió aquella llamada cuando le propuso verse, y que ahora le urgía a escarbar en sus recuerdos.

-Seguramente no… estabas muy distraído esa vez.

La inflexión en esa última frase le hizo pensar que a final de cuentas no sería un reencuentro agradable. No terminó bien la última vez que se vieron, el día en que su relación había finalizado. Nunca imaginó que la tarde de teatro y la cena en aquél restaurante fusión terminaría con una serie de reclamos, algunos fundamentados, otros no, sobre su comportamiento. Esos arranques de celos que él atribuía a su propia inseguridad; ese desinterés de su día a día que él justificaba porque lo que ella hacía no era tan importante como sus actividades masculinas; esa ausencia de ambición que a él no le preocupaba porque mientras ella no lo superara profesionalmente, no se le ocurriría dejarlo… menos mal que nunca se enteró de aquél correo electrónico filtrado a su superior, que acabó con su posibilidad de crecimiento en la empresa. Ese fracaso la marcó profundamente; dejó su trabajo y adquirió una franquicia. Resultó ser un excelente negocio, que le generaba una vida tranquila. Pero él se daba cuenta de que no estaba contenta. De haberlo sabido, nunca hubiera mandado ese correo.

-Oye…

-Espera. Ya casi llegamos.

Su voz se tornó sombría, casi como la última vez que se vieron, cuando esos reproches pasaron de la decepción a la tristeza, de la tristeza al enojo, del enojo al llanto y del llanto al impulso que la llevó a levantarse súbitamente de la mesa cuando estaban esperando el platillo principal y el mesero había servido la segunda copa de vino. No la había vuelto a ver, hasta ese día.

-Nunca me diste flores…

Por fin se detuvo. Él dejó de caminar también. Sí, lo recuerda. Le parecía un detalle ridículo, anticuado, sobrevalorado. Gastar en doce bulbos con sus tallos, hojas y espinas le parecía más propio de un borracho pidiéndole perdón a su mujer, o de un adolescente espinilludo queriendo conquistar a una chica de su clase que estaba enamorada del metalero de sexto semestre. En su defensa, pensó, ella nunca se quejó de recibir los muñecos de peluche o las docenas de chocolates finos. Pero no pudo evitar reconocer que ella siempre veía con ternura a las parejas que se encontraban con un ramo de por medio, una mirada que nunca vio cuando él la recibía en el aeropuerto; sin flores, por supuesto.

-Nunca me diste flores… pero eso ya no importa, aquí hay suficientes para los dos.

Notó las lápidas. Eran dos y tenían sus nombres. Estaban rodeadas de flores blancas, aún con gotas del rocío matutino.

-Supe que fuiste tú.

Entonces, ella sacó el arma.