Cuento

-Ven, vamos por aquí.

Él la siguió por donde le indicó. No le extrañó que lo citara ahí, a ella siempre le habían gustado esa clase de lugares. Nunca supo por qué, simplemente una vez se lo dijo.

Ella lo tomó de la mano para iniciar la caminata, pero la soltó después de tres pasos. A él le hubiese gustado sostenerla, siempre le transmitía una energía positiva. Pero ya no podía hacerlo, ya no tenía derecho.

-¿Recuerdas la última vez que estuvimos aquí?

Sus palabras rompieron su ensimismamiento. Mientras caminaban por las calles y avenidas con nombres de santos y estaciones del Viacrucis, observaba a su alrededor. Le gustaba la paz y la serenidad que se respiraba, el silencio roto únicamente por los cantos de los pájaros, el movimiento de las hojas y, ahora, la voz de ella. Esa voz tan fresca, llena de vida, durante tanto tiempo silenciada para él, que escuchó con gusto cuando recibió aquella llamada cuando le propuso verse, y que ahora le urgía a escarbar en sus recuerdos.

-Seguramente no… estabas muy distraído esa vez.

La inflexión en esa última frase le hizo pensar que a final de cuentas no sería un reencuentro agradable. No terminó bien la última vez que se vieron, el día en que su relación había finalizado. Nunca imaginó que la tarde de teatro y la cena en aquél restaurante fusión terminaría con una serie de reclamos, algunos fundamentados, otros no, sobre su comportamiento. Esos arranques de celos que él atribuía a su propia inseguridad; ese desinterés de su día a día que él justificaba porque lo que ella hacía no era tan importante como sus actividades masculinas; esa ausencia de ambición que a él no le preocupaba porque mientras ella no lo superara profesionalmente, no se le ocurriría dejarlo… menos mal que nunca se enteró de aquél correo electrónico filtrado a su superior, que acabó con su posibilidad de crecimiento en la empresa. Ese fracaso la marcó profundamente; dejó su trabajo y adquirió una franquicia. Resultó ser un excelente negocio, que le generaba una vida tranquila. Pero él se daba cuenta de que no estaba contenta. De haberlo sabido, nunca hubiera mandado ese correo.

-Oye…

-Espera. Ya casi llegamos.

Su voz se tornó sombría, casi como la última vez que se vieron, cuando esos reproches pasaron de la decepción a la tristeza, de la tristeza al enojo, del enojo al llanto y del llanto al impulso que la llevó a levantarse súbitamente de la mesa cuando estaban esperando el platillo principal y el mesero había servido la segunda copa de vino. No la había vuelto a ver, hasta ese día.

-Nunca me diste flores…

Por fin se detuvo. Él dejó de caminar también. Sí, lo recuerda. Le parecía un detalle ridículo, anticuado, sobrevalorado. Gastar en doce bulbos con sus tallos, hojas y espinas le parecía más propio de un borracho pidiéndole perdón a su mujer, o de un adolescente espinilludo queriendo conquistar a una chica de su clase que estaba enamorada del metalero de sexto semestre. En su defensa, pensó, ella nunca se quejó de recibir los muñecos de peluche o las docenas de chocolates finos. Pero no pudo evitar reconocer que ella siempre veía con ternura a las parejas que se encontraban con un ramo de por medio, una mirada que nunca vio cuando él la recibía en el aeropuerto; sin flores, por supuesto.

-Nunca me diste flores… pero eso ya no importa, aquí hay suficientes para los dos.

Notó las lápidas. Eran dos y tenían sus nombres. Estaban rodeadas de flores blancas, aún con gotas del rocío matutino.

-Supe que fuiste tú.

Entonces, ella sacó el arma.

Los Años Maravillosos

Al iniciar a escribir este post, me siento como Daniel Stern en su papel de narrador de las desventuras de Kevin Arnold en los 60s-70s. Este programa fue el primero con el que me entusiasmé (claro, después de “Carrusel” y la inolvidable María Joaquina) y en la era preinternet, creo que era una proeza lograr ver una serie televisiva de principio a fin puntualmente por la noche en TV7 (como se llamaba en ese entonces). Y lo logré; desde entristecernos por la muerte de Brian Cooper hasta conocer el destino de Jack Arnold y la última frase del narrador, un adulto Kevin.

Se trató de una serie que tenía de todo: romance, comedia, drama, denuncia, terror… bueno, terror no. Pero casi de todo, pues; incluyendo excelente música desde el intro de Joe Cocker pasando por piezas de Hendrix, B.B. King, Beatles, Doors, Turtles…

Y ningún personaje era totalmente malo, todos alcanzaban la redención en un momento u otro, hasta el mismísimo Wayne Arnold, que creo que tuvo que esperar a que Kevin lo superara en tamaño para ponerse en paz. Quizá los productores de la serie no imaginaban que llegaría a ocurrir tal situación con los actores.

Todos los que vimos esta serie seguramente nos sentimos identificados con algún personaje, pero a la edad en la que me tocó a mi, tenía mucho de Kevin: era el menor de tres hermanos, entrando en la secundaria, con un hermano inmediatamente mayor que me atormentaba (o eso sentía en mi dramatismo juvenil), hasta una Winnie Cooper que llegó años después. Claro, no crecí tanto como Kevin como para poderme defender, pero la relación con mis hermanos fue la normal para todas las familias; quizá no lo veía así en ese entonces.

Ahora que se espera que se lance un boxset con la serie (la cual voy a adquirir, por supuesto), me hace recordar la genialidad en la construcción de los personajes. Viéndolo en retrospectiva, ahora que soy más “léido”, tiene mucho de Dickens esta obra: desde el amigo de Wayne que se enrola para ir a Viet-Nam (“un buen chico”, diría el Kevin adulto “que no sabía lo que le pasaría”), hasta la infeliz, rencorosa y vengativa Becky Slater, que volvería temporadas después para seguir haciéndole la vida imposible a Kevin. Y, por supuesto, el fantasmal Kevin Amold.

Los Años Maravillosos… muchos lo vimos, muchos lo disfrutamos, muchos nos sorprendimos con el increíble parecido físico entre el hijo de Danica McKellar y Fred Savage, y muchos los añoramos.

Y no, Marilyn Manson no es Paul Pfeiffer.

De estacionamientos públicos.

En mi primera entrada me referí al amargo trago que tuve que tomar cuando dejé mi automóvil en el estacionamiento de la Plaza Las Américas (Basílica de Zapopan). A pesar de que fue muy mala, no ha sido la peor experiencia que he tenido en un estacionamiento; la supera el encontrar la puerta del conductor abollada saliendo de un evento sin siquiera una nota de disculpa de parte del perpetrador.
Pero más que cualquier evento traumático y doloroso que se pueda vivir en un estacionamiento público, lo que más detesto es cuando se convierten en una extensión de la sociedad, con sus vicios y costumbres negativas. Y concretamente me referiré al estacionamiento de Plaza Andares. Acudo con cierta regularidad a ese lugar, por razones que no vienen al caso, y suelo resguardar mi vehículo en el subterráneo dedicado para eso. Más allá de lo absurdo que resulta que en un “mall” que suele ser visitado por personas de alto poder adquisitivo en un volumen mayor que en otros centros comerciales, las máquinas destinadas a cobrar el importe de estacionarse ahí no reciban billetes de $200.00 o $500.00, mucho menos de $1000.00… ¡por Dios, si hasta en el estacionamiento de Plaza Las Torres aceptan sin chistar billetes verdes! ¿Cómo es posible que no piensen en las damas que acuden a desayunos, comidas, cenas o de compras en estos lugares, acompañadas muchas veces de sus tiernas mascotas y hasta de la niñera que se hace cargo de cuidar a sus críos para que ellas puedan ponerse al día con sus amigas sin ser interrumpidas por incesantes llantos? un ejemplo muy claro: en días pasados una de estas señoras, afectada además por alguna lesión en su extremidad inferior derecha que la veía obligada a caminar con muletas, cargaba con las compras del día y no podía pagar el estacionamiento porque al parecer sólo le quedaban billetes con la efigie de Sor Juana. Pidió, sin éxito, ayuda por el intercomunicador montado en el cajero y finalmente fue rescatada por una buena samaritana que obsequió diez pesos para completar el importe en monedas de baja denominación. Fue una fortuna que estuviera formada esa caritativa dama: de esa manera pude escaparme de la obligación moral de auxiliarla de manera similar y pude emplear esos diez pesos en máquina expendedora de colmillos de plástico. ¡Ah!, y por si fuera poco, recientemente incrementaron el costo: con lo que antes se pagaban cinco horas de estacionamiento, ahora sólo se puede uno quedar cuatro horas. Pero claro, siempre está la posibilidad de dejárselo al valet de la superficie y contribuir a una congestión vehicular en ese microcosmos que no nos hace extrañar las obras de la línea 3, SIAPA, pasos a desnivel, etcétera, que tienen desquiciada la ciudad.
Otra cosa que apesta es el valemadrismo y prepotencia de algunos asiduos a este exclusivo lugar: circulan en sentido contrario, se estacionan bloqueando rampas, se acercan en sus costosísimos coches y camionetas a los cajeros para pagar el boleto sin importar la poca o mucha fila de autos que tengan atrás, andan a velocidades de 40 km/hora o más… por todos los cielos, en mi vida hubiese imaginado ver en ajustadores de seguros y patrulla de la policía de Guadalajara reunidos por un choque en un estacionamiento público. ¡Y no una, sino dos veces! (bueno, la primera vez no había patrulla, pero no deja de ser inusual).
Mención aparte merecen los días de alta afluencia, principalmente los fines de semana. De nada sirven los contadores electrónicos ubicados en las partes altas de los pasillos si nos dan falsas esperanzas señalando como vacío un lugar ocupado, condenándonos a dar vueltas y vueltas hasta tener la fortuna de coincidir en un pasillo con un usuario que se va marchando (eso si un cretino no se mete en sentido contrario para ganarlo). Pero qué se puede esperar, si los mismos vigilantes del estacionamiento dirigen a los conductores a estacionarse en los pasillos, en raya claramente amarilla, seguramente por indicación de los administradores del estacionamiento… todo sea para que la casa no pierda.
Para finalizar, quiero manifestar mi entusiasmo por los cambios recientes en el estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara. Tras años y años de ofrecer un pésimo servicio a un elevado costo, ahora tenemos la opción de sufrir únicamente el pésimo servicio: recientemente se ha instaurado la “promoción” de dejar el vehículo en el nivel más alto del parqueadero frente a la terminal 1 por un costo máximo de $119.00 al día. Por supuesto, queda a merced de las inclemencias del tiempo, pero que puede ser una alternativa atractiva a los múltiples locales ubicados en la carretera a Chapala (que son de un costo total menor, con la desventaja de la distancia) o usar los servicios de un taxi o Uber para llevarnos de o hacia el aeropuerto. Eso sí: los cajeros automáticos de ese lugar siguen siendo un asco.

El Regreso del Caballero Nocturno

En 1985, Frank Miller (el creador de Robocop y Sin City) comenzó a concebir una historia sobre Batman ambientada en el futuro. Un futuro donde Bruce Wayne cumple diez años sin ponerse la capa y la capucha, pasa la mayor parte de su tiempo alcoholizado y participa en peligrosas carreras de autos para mantener la emoción en su vida. Está canoso, se dejó el bigote, Alfred sigue a su servicio preocupado porque la siguiente generación de la familia Wayne (si es que la hay) afronte una cava vacía y el comisionado Gordon está por retirarse a punto de cumplir 70 años. Mientras tanto, Ciudad Gótica está peor que nunca: una pandilla de adolescentes domina las calles, los medios masivos de comunicación están en el pináculo del amarillismo y la ley de la selva impera sobre los habitantes, quienes están gobernados por un alcalde inepto e intransigente en la era reaganiana en plena Guerra Fría.

La historia habría de publicarse un año después, titulada “El Regreso del Caballero Nocturno”. Diez años después, se lanzó una edición especial de aniversario, que fue reproducida en 1997 por la extinta Editorial Vid en México en dos tomos, de donde he basado la información que aquí comparto.

A grandes rasgos, la trama gira en torno al hartazgo en que se encuentra Bruce Wayne viendo cómo su querida ciudad se está yendo al infierno. En medio de una ola de calor, el ente que habita dentro de él, el Hombre Murciélago, lo fuerza a revivirlo. Entonces Batman sale de su retiro, vuelve a partir caras junto con la primera tormenta de la temporada, dispuesto a salvar una vez más a Ciudad Gótica de sí misma. Pero no es lo mismo “Los Tres Mosqueteros” que “Veinte Años Después”, de tal manera que un cincuentón-sesentón, a pesar de seguir en forma, se lleva las más grandes golpizas de su vida por el líder de los pandilleros. Por si fuera poco, al ser declarado fuera de la ley, debe protegerse de la policía, un sosegado Joker que estuvo guardadito tranquilamente en una institución psiquiátrica, al darse cuenta del regreso de su eterno rival, decide escapar para contribuir al caos y, para acabarla de amolar, a Ronald Reagan no le gusta el bullicio y envía a su arma más poderosa para  calmar las aguas: un extraterrestre con una S en el pecho.

Seguramente reconoceremos en la película Batman v. Superman, a estrenarse el próximo año, algunas de estas primicias. Pero lo que me más me ha llamado la atención son los paralelismos a la vida real en nuestro México (una Ciudad Gótica región 4 en muchos aspectos, principalmente en la cuestión criminal) a partir de 2009. Para muestra, unos botones:

1
El amarillismo en los medios…

 

 

 

 

La violencia sin sentido...
La violencia sin sentido…
Voces a favor, voces en contra.
Palabras de apoyo, voces en contra…
Venta de armas exclusivas del ejército al crimen organizado...
Venta de armas exclusivas del ejército al crimen organizado…
Narcomensajes en video...
Narcomensajes en video…

Por si fuera poco, en 2012 y 2013 se lanzó una adaptación animada, con la voz de Peter Weller (Robocop) como Batman. Una verdadera obra, 100% de calificación en Rottentomatoes.com y disponible en DVD.

En resumen, una genial historia en un universo alterno de Batman, con un argumento inteligente, adaptable a la actualidad y con una épica batalla entre el Caballero Nocturno y el Hombre de Acero.

No omito recordar que las ilustraciones del cómic son de las ediciones de 1997 de Editorial Vid. ¡No se pierdan el siguiente batipost en el mismo batiblog!

Por qué me gusta Batman

Nunca sentí simpatía por las estrellitas. Siempre me fui con los segundones. Más de alguna vez me hubiera gustado ver que al ñoñazo de Mickey Mouse no le salieran las cosas como lo planeaba, a la rana René ser ignorado y a los caballeros Dragón, Cisne y hasta Shun de Andrómeda hacerle pamba a Pegaso por ser tan pusilánime. Pero, claro… la serie se llamaba “Saint Seya” y no podía pasarle nada a la figurita.

Pues algo parecido me pasó con el mundo de los cómics. Jamás me agradó Superman. Su extremo apego a las reglas y su nauseabundo patriotismo siempre me chocó. Quizá lo único bueno del cómic “La Muerte de Superman” fue ver a Batman colgando a un terrorista con un letrero humillante, conteniéndose de ponerle una madriza de antología sólo porque, estando en Metrópolis, lo castigaría como lo haría el Hombre de Acero.

Peeeero en Ciudad Gótica era otra cosa. Esa versión ficticia de Nueva York, tan corrompida hasta las entrañas, ha cambiado poco desde la publicación de Detectiva Comics #27, en mayo de 1939 (primera aparición del Hombre Murciélago) hasta la caótica actualidad muy bien reflejada en “Dark Knight Rises” del 2012. Allí, Batman no se contenía. Rompía huesos, tumbaba dientes, usaba escudos humanos (por alguna razón, matar era malo; pero dejar que otro recibiera las balas destinadas a él estaba bien). Y a muchos nos emocionaba esta violencia dirigida a los malos. Todos alguna vez hemos querido resolver las injusticias y equilibrar un poco la balanza motu proprio.

Y todos alguna vez pudimos ser Batman. Lo único que necesitábamos eran recursos monetarios ilimitados, entrenamiento intenso durante doce años con los más grandes maestros de artes marciales del lejano Oriente, casarrecompensas franceses, mercenarias asiáticas y una constitución física cercana a la perfección. De  acuerdo, todo esto en conjunto es prácticamente imposible. Pero aún así, resulta más sencillo que haber nacido en Kryptón, ser mordido por una araña radiactiva o desarrollar capacidades sobrehumanas tras haber perdido la vista.

Lo mejor de todo: Batman no es perfecto. Batman es un psicópata. Está tan loco los supervillanos que combate, sólo que no lo reconoce. Y en su intento de ser funcional, de llevar a cabo una cruzada que cree dictada como una maldición, crea una careta, una identidad secreta que se pasea con mujeres hermosas, despilfarra y se convierte en la comidilla de las revistas del corazón.

Batman nació en el “callejón del crimen”, en la calle McKinley de Ciudad Gótica cuando Thomas y Martha Wayne yacían desangrándose tras ser baleados por Joe Chill.

Bruce Wayne se convirtió en una máscara, en un disfraz. Batman es la verdadera identidad. Eso lo hace único entre los superhéroes. Y por eso, me cae bien.

 

Un Corazón Normal (The Normal Heart)

Plasmar una historia utilizando imágenes y sonidos es una de las maravillas posibles gracias a la tecnología. No soy ni pretendo ser experto en cine: la mayoría de los aspectos técnicos sobrepasan mi entendimiento actual como para poder apreciarlos o criticarlos, pero indudablemente disfruto mucho una historia entretenida y bien contada.

Quisiera inaugurar esta sección hablando de una de las películas que más me han conmovido recientemente. Se llama “The Normal Heart”, y está basada en la obra de teatro del mismo nombre escrita por un tal Larry Kramer en 1985.  La película fue realizada para la televisión, en 2014. Yo la vi durante un vuelo, esa es la única manera de ver contenido de HBO sin contar con paquetes premium de televisión por cable.

La historia está basada en el inicio de la pandemia de VIH-SIDA en Nueva York a principios de los 90s. Mark Ruffalo interpreta a Ned Weeks, un periodista homosexual que observa impotente cómo uno a uno de sus amigos caen víctimas de enfermedades poco frecuentes pero extremadamente letales en personas con inmunodeficiencias (“defensas bajas”), algo que tenían en común todos ellos. Como muchos lo sabemos, inicialmente la infección por VIH-SIDA se observó en varones  homosexuales, haitianos, hemofílicos y heroinómanos (las “4H”). En especial al primer grupo, al parecer a nadie le importaba ayudar; más aún, a no poca gente le daba gusto que esta especie de “justicia divina” afectara a tan vilipendiado grupo, por lo que Weeks se da a la tarea de buscar apoyo financiero y mediático para concientizar a la gente y a los poderosos de NY para combatir esta incipiente crisis sanitaria de la que nadie en ese momento se imaginaría en lo que terminaría evolucionando.

Además de Ruffalo, esta película cuenta con las actuaciones de Julia Roberts, el abiertamente gay Jim Parsons (sí, Sheldon Cooper) y Alfred Molina entre otros intérpretes menos conocidos. Esta película me hizo imaginar la desesperación, la frustración y el enojo que seguramente   sintieron miles de personas durante las décadas de los 80s-90s al ver a sus familiares, parejas y amigos sucumbir de manera irremediable ante esta ahora controlable enfermedad. Para mi, supera incluso a Philadelphia en este aspecto. Claro, debe señalarse que tiene una gran carga autobiográfica.

Para quienes les guste el teatro, la obra Un Corazón Normal estará presentándose el día de hoy en el Teatro Galerías de Guadalajara.

El mundo onírico

Hay personas que dicen nunca soñar. La realidad es que todos lo hacemos, lo difícil es recordarlos. El subconsciente revela a veces aspectos de nuestra mente que desconocíamos, manifestados como una serie de situaciones absurdas e inverosímiles (posibles sólo en el plano onírico) pero dignas de ser representadas en el séptimo arte o por lo menos en un corto en Youtube. Quizá por eso me gustó tanto la película Inception.

El tema de los sueños lúcidos siempre me ha llamado la atención. Lamentablemente, cuando he tenido la oportunidad de experimentarlo y disponerme a disfrutarlo, la realidad me arranca de esa felicidad como diciéndome: “‘orita no; ‘perate”.

Fuera de este aspecto, he tenido la fortuna de recordar una inmensa cantidad de sueños locos que jamás hubiese imaginado estando consciente. Incluso me di a la tarea de recopilarlos en una “Antología de Sueños Tontos” en mi época de secundaria, que generó unos minutos de entretenimiento a los abnegados compañeros que aceptaron leerlos y mucho sufrimiento a la impresora de matriz de puntos con la que contábamos en casa por esas fechas. Desde acompañar a un exgeneral comunista a recorrer las ruinas de una destruida ciudad soviética hasta hacerme amigo de Daniel Craig (era muy enfadoso el cab…), desde haber sido confundido por la princesa Diana con uno de sus hijos hasta combatir un fantasma ruso que tenía que ser eliminado tres veces, desde sentir el impacto de una onda expansiva durante una explosión en la escuela hasta visitar Roma en un aparente cónclave por que quién-sabe-cómo era yo el cardenal de Guadalajara, esos remedos de viajes astrales me han dejado un buen sabor de boca al convencerme de que, muy en el fondo, soy algo creativo. Quizá si siempre pudiéramos  interpretar de manera positiva nuestros sueños, el mundo tendría más Giordano Brunos o “Doc” Browns para el bienestar de la humanidad.

Aprovecho para dejar la siguiente amenaza: cuando despierte de un sueño que me parezca lo suficientemente entretenido para plasmarlo por escrito, a algún incauto lector que navegue por aquí le tocará toparse con él. Sobre advertencia no hay engaño.

 

¡Faltan sólo 244 días para Navidad!

Comprando mi primer auto

Corría el mes de octubre de 2014, el último viernes del horario de verano . Después de mucho tiempo de estacionar mi automóvil en la misma calle para ir a trabajar, simplemente ya no estaba cuando salí. Comprendí que lo habían robado.

Tras la denuncia obligada y pasado un mes de plazo en el que no se recuperó, recibí una justa remuneración por la aseguradora (recomiendo conservar siempre copia de los servicios para comprobar el estado del vehículo, si éste tiene un desgaste menor al esperado) y me di a la agradable tarea de buscar un reemplazo.

La decisión de adquirir un Honda City no fue nada difícil. Gracias a una promoción lo obtuve a un precio un tanto menor al de lista, así que después de hacer el pago inicial y firmar unos cuantos papeles, salí muy contento con mi auto.

Eso sí: solicité que la aseguradora que resguardara mi auto fuese una distinta a la que sugiere la institución de crédito, siendo Zurich la afortunada; esta decisión fue motivada por buenas referencias de buenos amigos y, aunque costosa, me pareció que valió la pena.

Pero… dos meses después de disfrutar de mi nuevo auto, llegué a tomar un bocadillo y una bebida en un sitio ubicado por Av. Libertad en la hermosa Guadalajara. Como encontrar lugar para estacionarse es un calvario en esa zona, decidí dejar el vehículo a una cuadra y media del local, sobre la calle Venezuela. Grave error.

Encontré mi carro sin espejos laterales. Después de llorar y patalear por haber sufrido un segundo robo en el transcurso de cinco meses, llamé la mañana siguiente a la aseguradora para reportar el siniestro y, tímidamente, preguntar si mi póliza lo cubría. Ofrecieron enviar un ajustador que me asesoraría en ese aspecto, acepté y me dispuse a esperarlo.

Cual caballero andante, llegó en su motocicleta el individuo en cuestión. Muy rápido, para mi sorpresa. Una vez corroborado el siniestro, tuvo que llamar a otra persona para que me definiera si podría cubrir el costo de los espejos con la póliza con la que contaba. La respuesta fue negativa, pero el amable sujeto me sugirió solicitar la ampliación de cobertura en la agencia donde compre mi vehículo, señalándome que por un módico deducible de menos de 500 pesos podría recuperar mis espejos.

Al acudir días después a preguntar sobre esta ampliación, la protocolaria encargada de atención sobre aseguradoras en la agencia me indicó que es imposible ampliar la cobertura a robo de autopartes; en sus palabras “ninguna aseguradora lo incluye”. Por supuesto, yo contraataqué diciendo que el personal de la compañía en cuestión me sugirió hacerlo. De no muy buena gana ofreció investigar e informarme después.

Cuando recibí su llamada unos días después, me confirmó que incrementado en alrededor de 300 pesos el costo del seguro podría gozar de esta extensión en la cobertura. Ya para entonces había reemplazado los espejos, con protectores y birlos de seguridad para las llantas, porque ni mi todapoderosa Zurich cubría robo de llantas.

En conclusión, aprendí tres cosas:

1. Al comprar un auto nuevo, no quedarse con la aseguradora que ofrece la agencia. Valorar opciones y escoger la que más le convenga al usuario.

2. Siempre, SIEMPRE, solicitar la extensión de cobertura a robo de autopartes. Esa es una buena manera de evitar fomentar este delito al reemplazarlas por piezas originales sin un costo oneroso.

3. No importa cómo se vea el silicón entre el espejo y la protección, siempre y cuando tenga uno un poco más de tranquilidad.

Primera entrada

En días pasados tuve la oportunidad de corroborar que el hecho de ser una buena persona no garantiza que la vida te trate bien. Salí a cenar a cierto restaurante ubicado cerca de la Basílica de Zapopan. Al recibir la cuenta, noté que no me cobraron las bebidas, sólo los alimentos. Le señalé el error al mesero, quien lo corrigió y, a manera de agradecimiento (supongo), me cobraron dos bebidas en lugar de las tres que habíamos consumido. Tardaron unos minutos en todo esto y, a pesar de estar al tanto de que el estacionamiento bajo la Plaza de las Américas cierra a las 23:00 hrs. de domingo a jueves, confiaba en poder sacar mi vehículo.

Pues llegué a las 23:05 a la puerta del estacionamiento y vi que estaban apenas cerrando el acceso. La vigilante me informó que ya no era posible salir del estacionamiento y que debía volver por mi auto al día siguiente. Supliqué, pregunté si había alguien más que pudiera permitirme entrar, sin éxito. La respuesta fue tajante: “a las once en punto se cierra y no se vuelve a abrir sino hasta las siete de la mañana”.

Esa noche regresé a casa en taxi.