Desde que tengo uso de razón, me llamaba mucho la atención la litografía aquí presentada. Mi mamá cuenta que la solicitó, por catálogo, a un notario del lugar donde trabajaba en uno de los viajes de éste a Europa. Le gustó por el título (“Las Alegrías de una Madre”) y lo que representa: a pesar de la evidente pobreza en la que viven, la mujer sonríe por tener a sus hijos con ella quienes, ajenos a la miseria, se entretienen jugando. Destaca en esta pintura la figura del pequeño que está de pie, pues tiene una disarmonía corporal y una facies peculiar. Estudiando yo Medicina, en una de esas pláticas, me contó que a un tío que era un eminente pediatra, casado con una hermana de mi papá, le disgustaba esa pintura porque la personita ahí plasmada tenía una enfermedad y era deprimente para él verlo.
-Pero no recuerdo el nombre de la enfermedad…, dijo ella.
-¿Síndrome de Donohue?-, sugerí yo, muy seguro de mis conocimientos adquiridos en clase de Genética (que más bien era “Fenética”).
-¡Exactamente!, dijo mi mamá, chasqueando los dedos.
El síndrome de Donohue, también llamado Leprechaunismo, es una forma severa de resistencia a la insulina causada por mutación en el gen del receptor de insulina y está caracterizada por retraso en el crecimiento intrauterino, hiperinsulinismo, dismorfia (ojos prominentes, narinas evertidas, implantación baja de orejas) y escasa grasa corporal. La mayoría de estos niños mueren in útero, pero algunos pocos sobreviven hasta la adolescencia, inclusive. Obviamente, el nombre de la enfermedad viene de esos duendecillos que protegen las ollas de oro al final del arco-iris en el folklore irlandés, pues su rostro asemeja al de estos personajes (“facies de duende”, decía en el manual de Genética de Alfredo Corona que usábamos en el CUCS).
Fue hasta tiempo después que relacioné esos datos con algo que había leído en mi infancia, en las revistas de “Aunque Usted No lo Crea”, que editaron un tiempo en México. En ese artículo hablaba del changeling (“niño cambiado”): éste consiste en la creencia de que seres sobrenaturales (hadas, demonios y, por supuesto, duendes) que secuestran a los niños recién nacidos de sus hogares para distintos fines y en su lugar dejan en su cuna un monstruo (o, por supuesto, duende) que es descubierto con horror por los padres o parientes y que sufren trágicos desenlaces al ser muertos o abandonados. Al parecer, en donde los duendes hacen de las suyas es en el área fronteriza anglo-escocesa, según Wikipedia.
Entonces, puede ser que algunos de esos “niños cambiados” eran en realidad portadores del síndrome de Donohue, en un tiempo donde era común dar explicaciones sobrenaturales a fenómenos incomprensibles, en este caso una enfermedad extremadamente rara inmortalizada (probablemente de forma involuntaria) en una pintura reproducida en una litografía que aún conserva mi mamá y que dio el pretexto para estas líneas buscando entretener a quien lo lea.
Feliz domingo.