Es todo tan aburrido aquí…
Es decir, no está mal. No por nada le dicen “Paraíso”: hermosas vistas, sensaciones agradables todo el tiempo, nada de hambre, frío, sueño… no hay preocupación de satisfacer necesidades básicas porque no las hay, todo está cubierto.
Pero la compañía… se extraña la compañía. Sí, están los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, todos los ancestros. Pero ellos están en su rollo, en sus asuntos. Ya están acostumbrados y seguramente no están muy interesados en relacionarse con el recién llegado como tampoco él lo está en interactuar con ellos.
Cuando uno se hace a la idea de que está muerto, se hace más sencillo estar aquí. Ya no hay falsas esperanzas de que se trate de un mal sueño del que habrá que despertar algún día, finalmente aceptas que aquella vez te dormiste para siempre. Y ahora estás aquí, sin dolor, sin frío, sin hambre, sin la incertidumbre de saber si te rescatarían a tiempo y poder regresar a lo tuyo, a lo que tenías antes de firmar en el espacio debajo de donde decía “por último, eximo a MÉXICO-HIMALAYA TRAVEL ADVENTURE de cualquier responsabilidad relacionada con, pero no limitado a, accidentes durante el ascenso o descenso, tormentas de nieve, aludes y avalanchas, declarando que poseo el entrenamiento y experiencia suficiente en la práctica del alpinismo para llevar a cabo esta expedición de manera totalmente libre y voluntaria.”
Eso te pasa por jugarle al riquillo aventurero, te dices. Pero esa carta responsiva dice la verdad: nadie te obligó intentar librar esa enorme grieta sin haber asegurado la estabilidad de la escalera. Finalmente cruzaste ese abismo, aunque sea en sentido figurado, y por lo menos le evitaste a tu familia engorrosos trámites cuando marcaste con una x la casilla de “ante la eventualidad de perecer en la expedición a una altitud mayor de 5,000 metros, prefiero que mis restos queden en la montaña”. Crudo, pero práctico. Y más barato, obviamente.
Decía entonces que de este lado del abismo no debes preocuparte de nada más que de tremendo aburrimiento. No hay forma de saber hace cuánto estás aquí (recordemos que la medición es un constructo humano), pero por lo que has podido deducir con tus observaciones, el tiempo aquí pasa como los años-perros en comparación con los años-hombre, o los minutos oníricos comparado con los minutos en vigilia. ¿Qué tan lento? Quién sabe… pero no puedes esperar a que sea el siguiente dos de noviembre para visitar a los vivos. Parece que, de todos los mitos sobre lo que hay más allá de la muerte, por lo menos lo relacionado a la tradición mexicana del Día de los Fieles Difuntos sí parece ser cierto. Y anhelas comprobarlo. Quisieras encontrarte de nuevo con ellos, verlos aunque no te vean, comer y beber las suculencias que dejarán en el altar dedicado a tu memoria, pero sabes que falta mucho para eso.
Mientras tanto, a seguir aburriéndose. No queda de otra. Seguir viendo el mundo girar, observar desde lejos el devenir de los tiempos. Nadie te contó que sería así, tú ni siquiera lo imaginabas. Y es entretenido a veces, pero se vuelve monótono no poder dirigir tu atención a lugares específicos del mundo terrenal, y estás condenado a esta misma situación hasta que algo rompa la rutina. Pero eso no parece que vaya a ocurrir pronto, a menos de que…
De pronto, comienza a manifestarse frente a ti. Primero como una distorsión en tu campo visual, después va tomando forma humana. Luego comienzas a distinguir más: cabello oscuro, largo; tez clara, como ella; la estatura de… ella…
Cuando su rostro termina de aclararse, te das cuenta: es ella. Pero, ¿qué está haciendo aquí? Tú tienes claro dónde están, pero ¿ella? Lo ves en sus ojos: no tiene ni idea. Estás seguro de que se siente como tú cuando recién llegaste: asustada, perpleja, incrédula, como en un sueño. Pero al igual que lo que pasó contigo, en un instante lo adivina. No lo acepta de inmediato, pero lo sabe.
Entonces, su mirada se fija en la tuya. Te reconoce. Sus pupilas se dilatan, no tenías idea de que la fisiología funcionara igual, abre su boca, emite un suspiro. Extiende sus brazos, tú lo haces también, sus manos se entrelazan. Acerca su rostro al tuyo, sus labios se mueven: “¿En serio eres tú? ¡Te he extrañado mucho! ¿Qué pasó?”, dice.
No sabes qué responder. Te alegra mucho verla, pero sabes lo que significa que ella esté ahí. Y temes lo que pueda pasar cuando sepa lo que está ocurriendo. Sabes que hay quienes no lo soportan, se vuelven una especie de zombies, si es que es posible tal cosa en este lado del abismo. Almas en pena, dirían otros. Lo que es un hecho es que se desconectan de uno y otro plano, para siempre. “¡No te preocupes! ¡Todo está bien, vas a estar bien! ¡Estás conmigo!”. Al terminar esa frase, te das cuenta de que no lo dijiste por ella: esas palabras te dieron tranquilidad a ti.
Ella te mira una vez más, con esos ojos almendrados que adorabas. Ves el desconcierto en su mirada, sus labios entreabiertos que dejan ver esos incisivos de conejo que tanta gracia te hacían. Te abraza y te vuelve a mirar. Su boca se abre, parece que dirá algo. Pero entonces, su rostro comienza a difuminarse. Sus brazos ya no te rodean, su figura se torna en un destello y así se va tal como llegó: lenta e inesperadamente.
-Te nos fuiste, Rebeca-, dijo el anestesiólogo con voz trémula. -¿Segura de que no te conocías alérgica a ningún medicamento?
Ella no respondió. Sólo recorrió con su mirada lo que había alrededor. El cirujano estaba rígido, con sus manos en el pecho. El ayudante, también. No alcanzó a ver a la instrumentista. “Puede usted continuar, doctor. Ya está todo bien”, dijo el émulo de Morfeo. De modo que, ¿así se siente el morir? Rebeca comprendió entonces lo que quieren decir en los funerales con aquello de que “los que se quedan son los que sufren”; morirse es como quedarse dormido; no duele, ni nada. No parece tan malo.
Y sin embargo, no es sino hasta mucho después cuando te das cuenta de que lo feo no es dejar el mundo terrenal, no es dejar tus planes truncos, no es dejar tus proyectos inconclusos. No, es entender que la soledad no es exclusiva de los vivos. Es saber que lo único que puedes hacer es esperar a que algo nuevo llegue, pero sin tener claro qué, ni cuándo. Pero ahora sabes que puedes sentir emoción otra vez, aunque sea por breves instantes. Quizás quieras compartirlo con los que siguen allá, si pudieras de alguna manera comunicarte con ellos. Y quizás entonces podrán entender que no todo termina con la muerte: que hay mucho más… al otro lado del abismo.