Hace unos días se cumplimentó la pena de muerte contra Shoko Asahara, líder de la secta “Verdad Suprema”, responsable del atentado con gas sarín en el metro de Tokio en 1995 que le costó la vida a trece personas. Supuestamente buscaban acelerar un Apocalipsis e instaurar a Asahara como “emperador de Japón” (Wikipedia dixit). Resulta que el buen Shoko se consideraba a si mismo una especie de mesías, y sus discípulos parecían estar de acuerdo.
Las sectas destructivas son nocivas; no sólo para sus seguidores sino para personas externas que nada tienen que ver. David Koresh, Jim Jones, el mismo Charles Manson… gente carismática y por alguna razón altamente convincente que llevaron a la muerte a cientos de personas y nos han brindado horas y horas de material audiovisual para satisfacer nuestro morbo y sed de información. Por supuesto que estas prácticas no son exclusivas de los grupos que buscan algún fin religioso/filosófico: recordemos los peligrosísimos “cursos” de coaching coercitivo que, además de destruir la autoestima de las personas, les roban su dinero y los convierten en esclavos al darles la “oportunidad de ayudar a otros individuos” donando su tiempo y trabajo para seguir embaucando gente en un sistema piramidal con múltiples variantes y ganancias exorbitantes. Amiguitas y amiguitos: si alguien los invita a una “plática para mejorar tu desarrollo humano” y algo no les huele bien, ¡ALÉJENSE, ALÉJENSE DE INMEDIATO!
Nuestra hermosa ciudad no es ajena a este peligro. De acuerdo, exageré un poco con el título del post: ni alcancé a ser victimizado, ni era tan destructiva, pero más de alguno cayó en sus manos y creo que no salió tan fácil. La historia es la siguiente: cuando estudiaba la licenciatura tuve una pareja que me propuso ir a unas “pláticas sobre la Biblia” a las que asistía. Ella acudió en primer lugar por invitación de un pasante de la carrera que era su profesor en una asignatura, compañero a su vez del profesor que me daba clases a mi en esa misma materia. Ambos eran tipos brillantes, excelentes médicos y maestros. Quien invitó a mi chica llevaba ya mucho tiempo en ese amoroso grupo religioso, mientras que el otro comenzó a ir más o menos al mismo tiempo que ella. Ambos quisieron hablar conmigo para animarme a acudir, y yo accedí a escucharlos.
El grupo se hacía llamar “Discípulos de Jesús” y se reunían cada sábado en el Parque Rojo. La propuesta era acudir a ocho lecturas comentadas de pasajes selectos de la Biblia, para conocer su punto de vista y, si me convencía, continuar asistiendo; todo esto sin interferir en mis actividades y dogmas de católico apostólico y romano. Al escuchar el entusiasmo de mi profesor, a quien le reconocía su pensamiento crítico y científico, pensé: “bueno… si alguien tan inteligente lo considera algo positivo y enriquecedor, no puede ser algo malo”; además, como por esas fechas aún me definía como creyente y coincidía con la Semana Mayor, lo consideré una probable señal divina para retomar el buen camino del temor a Dios y acepté no sin antes asegurarme que el compromiso era para las ocho pláticas, no más.
A las sesiones acudíamos yo, el profesor de mi novia y el mentor espiritual de él; éste último las conducía. Las primeras lecturas fueron de lo más light. Dios es bueno, nos quiere, en ningún lado dice que debemos persignarnos al pasar frente a un templo, etcétera. Las explicaciones eran también de lo más sencillas y creí estarle agarrando la onda. Además, por alguna razón, les pareció importante aclararme algo:
-¿Sabías que hay una secta de homosexuales? Unos que dicen que, como Jesús dijo “amaos los unos a los otros”, justifican su preferencia. Nosotros no somos así. Nosotros sí entendemos la Biblia.
Fiu, menos mal.
Un buen día se me ocurrió abrir la puerta a una duda que siempre había tenido: Dios es omnipotente y creador de todas las cosas, pero… ¿quién creó a Dios? ¿Qué hubo antes de él? Pensé que al ser un par de tipos jóvenes y bienintencionados, podrían explicarme con argumentos convincentes la respuesta a esa pregunta. Al escuchar mi interrogante, ambos sonrieron y el guía abrió las páginas del Libro de Job marcadas con pequeños post-it. Me señaló un versículo para comenzar y me pidió leer en voz alta. En resumen, era la parte donde Dios le habló a Job después de que éste le dijo que ya le bajara dos rayitas a sus pruebas de lealtad y decía más o menos algo como: “¿quién eres tú para cuestionarme a mí, que creé el cielo y la tierra, los árboles y los animales, el día y la noche?” etcétera. En otras palabras: Alfredito, insignificante humano, no tienes derecho para cuestionar el origen del Todopoderoso. Primera alerta.
Nótese que estoy evitando usar los nombres de los protagonistas de la historia. Con algunos de ellos sigo en contacto.
Después de tan amarga desilusión (realmente tenía mucho interés en saber la verdad), consideré cumplir únicamente con lo que me había comprometido; esto es completar las ocho pláticas y despedirme cordialmente. Sin embargo ocurrieron un par de situaciones que me hicieron replantearme el terminar siquiera con lo solicitado.
La primera eventualidad sucedió cuando en una de las sesiones la actividad programada era ir a reclutar incautos (a mi nadie me había dicho que haríamos eso) con volantes informativos para lo cual fuimos a la salida de la estación Juárez. Como yo no tenía experiencia, acompañé a mi potencial padrino para ver cómo se hacía. El tipo tenía algo de facilidad, entabló conversación con un chico que dijo que quería estudiar medicina pero no había salido en listas y se mostró muy interesado. Después encontró al que resultó ser un compañero suyo de generación y al saber de qué se trataba lo rechazó de plano. El cristiano se volvió conmigo y me dijo: “¿crees que Dios está contento con esta persona?”. Y después de unos minutos, fue mi turno: el tipo me indicó acercarme a la gente con mis volantes y yo, con mi ya conocida timidez e introversión, me acerqué un par de veces para ser rechazado por todos los transeúntes, cosa que agradecí en silencio. Sin embargo, mi compañero me quiso animar diciéndome: “¡No te preocupes! ¡Ese que quiere que fracases, es el Diablo! ¡No le hagas caso y échale ganas!”. El Diablo hace que la gente no me haga caso… okey. Qué místico.
Posteriormente, no estoy seguro si fue ese mismo día, acudimos a una reunión más concurrida de los discípulos de Jesús. Tal parece que era un día especial para que rentaran un local y nos presentamos ahí. Entre la gente alcancé a ver a mi maestro quien parecía discutir muy acaloradamente con su compañero y otro tipo, y después de unos minutos se desapareció y no volvió. Muy triste y apesumbrado, su compañero (el tipo que me estaba “coacheando”) se me acercó y me dijo: “Alfredo… ¿crees que somos fanáticos? No sé qué le pasó a X, que ya no quiere venir”. ¿Mi maestro, la persona por la cual me había convencido de ir a esa cosa, renunció? Esto NO puede estar bien. Segunda advertencia.
Tuve que cancelar la siguiente reunión porque había quedado en un plan con mis amigos. Cuando le avisé a mi sensei, le intrigó:
-Así que vas a ir a un concierto, ¿eh? ¿De qué grupo es?
-Se llama Korn, no sé si lo conoces-, contesté.
-Ummmmno, pero… no es nada satánico, ¿o sí?
-¡No, cómo crees! ¡Para nada!- respondí con una sonrisa.
-Aaah bueno, menos mal. Pues ve y diviértete. ¡Y pídele a Dios que te diviertas, porque también eso es importante!
Pedirle a Dios que me divierta… como si tuviera el tiempo para cumplirme mis caprichos…
A esas alturas yo ya había decidido cumplir únicamente con mi compromiso inicial de las ocho pláticas. Buscando terminar lo más pronto posible, le pregunté a mi coach si creía factible que pudiéramos finalizar a más tardar cierto día sábado.
-Es que el domingo siguiente voy a las fiestas patronales del pueblo de mi papá, y quisiera ver si el sábado previo podríamos terminar con las dos pláticas que faltan.- justifiqué.
-Pues… este… es que tenemos grandes planes para ti para ese domingo… pero vemos, ¿sale?
¿Grandes planes para mí? ¿De qué demonios hablaba? ¿Me propondrán seguir en la secta? ¿Querrán ofrecerme en sacrificio? Definitivamente no será nada bueno. Tercera advertencia.
Y finalmente ocurrió: la siguiente reunión fue la sexta o séptima y la última para mí. Ese día estuvimos en la casa que rentaba el sujeto que dirigía las sesiones, por lo que teníamos privacidad. Pues ese día la actividad consistió en lo siguiente:
-Ahora te pediremos algo diferente, Alfredo. Ya has visto en las lecturas anteriores qué es lo que no le gusta a Dios, cómo quiere que seamos, qué es lo que debemos de evitar… pero lo más importante es estar en paz con Él. Por eso ahora te pedimos que, de acuerdo a lo que ya sabes, escribas en una hoja TODOS tus pecados y TODAS tus faltas: para después leerlas y pedirle perdón. Tómate tu tiempo, pero recuerda que a las 7:00 hay que estar en la celebración de la Última Cena.
“¿Escribir mis ‘pecados’ en una hoja de papel y leérselo a un par de extraños? Estos tipos están majaretas. Okey, escribe y compárteles uno que otro pecadillo, para darles gusto. No se te ocurra contar nada de la vez que hiciste cosas impuras con tu novia, que a esas alturas ya era una iluminada. Tómate unos minutos, para que vean como que te lo tomas en serio y dales lo que quieren”, pensé.
-Bueno, no he sido una buena persona definitivamente-, comencé a leer. -Le he mentido a mis padres, me he quedado con el cambio del mandado, he visto películas para adultos y cometido actos impuros, jugué a la ouija una vez, pero ya me portaré bien y no lo volveré a hacer =)
Creí que era el fin, pero…
-No eres sincero-, espetó el que estaba más cerca de la iluminación. ¿Cómo es posible -continuó, que cometieras tantos pecados y no te sientas arrepentido realmente? Jugaste a la ouija… ¡ESO ES BRUJERÍA! ¡DIOS NO ESTÁ CONTENTO CON ESO! Y lo tomas con tanta calma… ¡No puede ser!
El tipo estaba fúrico. Jamás imaginé que mis tropelías de secundariano podrían desencadenar el Apocalipsis vía un efecto mariposa. Chale, ni siquiera la masturbación superaba eso. Pero, ¿qué podía hacer? Lo hecho, hecho estaba.
-Ahora tienes que pedirle a Dios que te dé la fuerza para arrepentirte sinceramente-, dijo el sujeto. “¿Es en serio?”, pensé. Anda, ora con fuerza para que te escuche.
Y ahí me tienen, por llevar la fiesta en paz, en genuflexión acompañado de mi sensei con el otro güey observándonos implorando al Supremo que me diera la fuerza, sabiduría y humildad para aceptar mis errores y arrepentirme de corazón; todo esto durante unos minutos, porque más tarde iríamos a la conmemoración de la Última Cena en un local para eventos por la avenida Federalismo. Y después de abrir mi alma y esperar la dicha de poder sentirme pecador, fuimos a aquél lugar donde había sillas alineadas con una tarima enfrente y mucha gente sentada. Honestamente no recuerdo mucho de lo que ocurrió ahí, quizá seguía en éxtasis; lo único que quedó en mi memoria es que parte de la celebración consistía en que nos repartieran una pequeña pieza de pan artesanal y un vasito de jugo de uva. Intenté tomar de aquello y no me lo permitió el intransigente que nos lideraba. “Tú todavía no”, sentenció. Así fue que me quedé regañado, siendo el peor cristiano del mundo y sin pan ni juguito de uva.
Total que me fui a mi casa terminando el borlote. Y llegando, me marcó el fulanito que me invitó para ponernos de acuerdo para la siguiente sesión. Ahí tuve que ser claro:
-Mira, lo que ocurrió hoy me hizo sentir muy incómodo y disgustado. La verdad ya no quiero seguir con esto.
-Noooo, no te preocupes, Alfredo, así es esto. No te imaginas cómo me fue a mí cuando me tocó, la verdad me pusieron una arrastrada, ja, ja (risa nerviosa). Pero tú tranquilo, vas a ver que todo va a mejorar.
-Ammm… de verdad, no tiene caso seguirle. Mejor dejemos esto así y ya nos vemos en la escuela, ¿de acuerdo?
-¿Pero por qué piensas eso? No te desanimes, es normal sentirse así, pero si te das otra oportunidad no te vas a arrepentir-, insistió.
-No. En serio, gracias por la invitación, pero yo hasta aquí llego. Perdona.
-Ese que te dice eso-, dijo con voz sombría; ese que te desanima… ¡ES EL DIABLO! ¡No le hagas caso! ¡Quiere que fracases!
-Pues no sé si es Belcebú o Mefistófeles, pero yo ya no quiero saber nada de esto-, respondí algo así aguantándome la risa. -De verdad, no tiene caso insistir.
-Está bien… ojalá recapacites-, ahora con voz triste. Yo de todos modos rezaré por ti, para que te convenzas. Adiós.
Y por fin se acabó mi aventura con la secta chafa esa. Días después, la chica que era mi novia me dijo que tenía que hablar conmigo. ¿La razón?
-¡Me van a bautizar el domingo! Pero me dijeron que sería conveniente que entrara en pureza, es decir, sin pareja… ¿qué opinas?
-Pues si es lo que quieres, y si esa onda es muy importante para ti, yo no te voy a retener.
Así me quedé sin fe y sin novia. Y no me arrepiento, era más joven y me permitió conocer de primera mano cómo funcionan esos grupos: primero te hacen sentir la peor basura sobre la faz de la tierra, y luego te dicen que ellos te aceptan tal y como eres, para ofrecerte una solución. Y, si estás lo suficientemente vulnerable, aceptas y caes.
Por eso, ante todo lo que apeste a comportamientos sectarios, ya sea religioso, de superación personal o para mejorar habilidades de negocios, mi sugerencia es: mándenlos cordialmente al demonio.