De estacionamientos públicos.

En mi primera entrada me referí al amargo trago que tuve que tomar cuando dejé mi automóvil en el estacionamiento de la Plaza Las Américas (Basílica de Zapopan). A pesar de que fue muy mala, no ha sido la peor experiencia que he tenido en un estacionamiento; la supera el encontrar la puerta del conductor abollada saliendo de un evento sin siquiera una nota de disculpa de parte del perpetrador.
Pero más que cualquier evento traumático y doloroso que se pueda vivir en un estacionamiento público, lo que más detesto es cuando se convierten en una extensión de la sociedad, con sus vicios y costumbres negativas. Y concretamente me referiré al estacionamiento de Plaza Andares. Acudo con cierta regularidad a ese lugar, por razones que no vienen al caso, y suelo resguardar mi vehículo en el subterráneo dedicado para eso. Más allá de lo absurdo que resulta que en un “mall” que suele ser visitado por personas de alto poder adquisitivo en un volumen mayor que en otros centros comerciales, las máquinas destinadas a cobrar el importe de estacionarse ahí no reciban billetes de $200.00 o $500.00, mucho menos de $1000.00… ¡por Dios, si hasta en el estacionamiento de Plaza Las Torres aceptan sin chistar billetes verdes! ¿Cómo es posible que no piensen en las damas que acuden a desayunos, comidas, cenas o de compras en estos lugares, acompañadas muchas veces de sus tiernas mascotas y hasta de la niñera que se hace cargo de cuidar a sus críos para que ellas puedan ponerse al día con sus amigas sin ser interrumpidas por incesantes llantos? un ejemplo muy claro: en días pasados una de estas señoras, afectada además por alguna lesión en su extremidad inferior derecha que la veía obligada a caminar con muletas, cargaba con las compras del día y no podía pagar el estacionamiento porque al parecer sólo le quedaban billetes con la efigie de Sor Juana. Pidió, sin éxito, ayuda por el intercomunicador montado en el cajero y finalmente fue rescatada por una buena samaritana que obsequió diez pesos para completar el importe en monedas de baja denominación. Fue una fortuna que estuviera formada esa caritativa dama: de esa manera pude escaparme de la obligación moral de auxiliarla de manera similar y pude emplear esos diez pesos en máquina expendedora de colmillos de plástico. ¡Ah!, y por si fuera poco, recientemente incrementaron el costo: con lo que antes se pagaban cinco horas de estacionamiento, ahora sólo se puede uno quedar cuatro horas. Pero claro, siempre está la posibilidad de dejárselo al valet de la superficie y contribuir a una congestión vehicular en ese microcosmos que no nos hace extrañar las obras de la línea 3, SIAPA, pasos a desnivel, etcétera, que tienen desquiciada la ciudad.
Otra cosa que apesta es el valemadrismo y prepotencia de algunos asiduos a este exclusivo lugar: circulan en sentido contrario, se estacionan bloqueando rampas, se acercan en sus costosísimos coches y camionetas a los cajeros para pagar el boleto sin importar la poca o mucha fila de autos que tengan atrás, andan a velocidades de 40 km/hora o más… por todos los cielos, en mi vida hubiese imaginado ver en ajustadores de seguros y patrulla de la policía de Guadalajara reunidos por un choque en un estacionamiento público. ¡Y no una, sino dos veces! (bueno, la primera vez no había patrulla, pero no deja de ser inusual).
Mención aparte merecen los días de alta afluencia, principalmente los fines de semana. De nada sirven los contadores electrónicos ubicados en las partes altas de los pasillos si nos dan falsas esperanzas señalando como vacío un lugar ocupado, condenándonos a dar vueltas y vueltas hasta tener la fortuna de coincidir en un pasillo con un usuario que se va marchando (eso si un cretino no se mete en sentido contrario para ganarlo). Pero qué se puede esperar, si los mismos vigilantes del estacionamiento dirigen a los conductores a estacionarse en los pasillos, en raya claramente amarilla, seguramente por indicación de los administradores del estacionamiento… todo sea para que la casa no pierda.
Para finalizar, quiero manifestar mi entusiasmo por los cambios recientes en el estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara. Tras años y años de ofrecer un pésimo servicio a un elevado costo, ahora tenemos la opción de sufrir únicamente el pésimo servicio: recientemente se ha instaurado la “promoción” de dejar el vehículo en el nivel más alto del parqueadero frente a la terminal 1 por un costo máximo de $119.00 al día. Por supuesto, queda a merced de las inclemencias del tiempo, pero que puede ser una alternativa atractiva a los múltiples locales ubicados en la carretera a Chapala (que son de un costo total menor, con la desventaja de la distancia) o usar los servicios de un taxi o Uber para llevarnos de o hacia el aeropuerto. Eso sí: los cajeros automáticos de ese lugar siguen siendo un asco.