En días pasados tuve la oportunidad de corroborar que el hecho de ser una buena persona no garantiza que la vida te trate bien. Salí a cenar a cierto restaurante ubicado cerca de la Basílica de Zapopan. Al recibir la cuenta, noté que no me cobraron las bebidas, sólo los alimentos. Le señalé el error al mesero, quien lo corrigió y, a manera de agradecimiento (supongo), me cobraron dos bebidas en lugar de las tres que habíamos consumido. Tardaron unos minutos en todo esto y, a pesar de estar al tanto de que el estacionamiento bajo la Plaza de las Américas cierra a las 23:00 hrs. de domingo a jueves, confiaba en poder sacar mi vehículo.
Pues llegué a las 23:05 a la puerta del estacionamiento y vi que estaban apenas cerrando el acceso. La vigilante me informó que ya no era posible salir del estacionamiento y que debía volver por mi auto al día siguiente. Supliqué, pregunté si había alguien más que pudiera permitirme entrar, sin éxito. La respuesta fue tajante: “a las once en punto se cierra y no se vuelve a abrir sino hasta las siete de la mañana”.
Esa noche regresé a casa en taxi.